YAMABE NO AKAHITO

Yamabe no Akahito (c. 700–c. 736)

Yamabe no Akahito es una de las figuras más refinadas y representativas de la poesía japonesa del período Nara, y junto con Kakinomoto no Hitomaro, ocupa un lugar de honor en el panteón poético del Man’yōshū, la primera gran antología de la lírica japonesa. Aunque su biografía permanece envuelta en sombras, los poemas que se le atribuyen transmiten una voz clara, contemplativa, ligada al paisaje, al sentimiento de reverencia y al equilibrio emocional. Su nombre aparece en los registros imperiales como miembro de la nobleza menor (kabane Yamabe no Ason), y se sabe que sirvió como poeta cortesano bajo el emperador Shōmu.

Akahito floreció en un momento de consolidación cultural y estatal: la capital se había trasladado a Nara, el budismo se institucionalizaba y la corte promovía una literatura que reflejara la armonía entre lo natural, lo ritual y lo imperial. En este contexto, Akahito supo ofrecer una visión poética nítida, estilizada, profundamente estética. Fue un maestro del waka, el poema breve de 31 sílabas que, con su ritmo contenido, se convertía en vehículo de sutileza y concentración emocional.

De los aproximadamente 80 poemas que se le atribuyen en el Man’yōshū, muchos son cantos de alabanza a la belleza del paisaje japonés, especialmente de la región de la península de Kii y la costa de la provincia de Yamato. Sin caer en lo descriptivo, Akahito captaba la esencia espiritual de la naturaleza: un monte sagrado visto desde la costa, las olas golpeando suavemente una isla, la bruma al atardecer fundiéndose con los sentimientos del poeta.

Su obra combina la contemplación estética con una devoción casi religiosa hacia el orden natural y el mundo imperial, y esto lo convirtió, en épocas posteriores, en un modelo de waka clásico. Durante el período Heian fue canonizado como uno de los Rokkasen (Seis Poetas Inmortales), y siglos más tarde como uno de los Sanjūrokkasen (Treinta y Seis Inmortales de la Poesía), lo que consolidó su reputación como poeta ideal del clasicismo japonés.

A diferencia de Hitomaro, que a menudo dramatizaba el dolor o lo sublime, Akahito se inclinaba por lo armonioso, lo equilibrado, lo que encierra una verdad serena. En su poesía no hay exaltación ni lamento: hay aceptación, asombro silencioso, y un sentido profundo de pertenencia a la belleza del mundo. Murió hacia mediados del siglo VIII, probablemente sin alcanzar grandes honores, pero su legado poético ha perdurado como símbolo de la elegancia lírica primigenia del Japón.

Curiosidades de Yamabe no Akahito

Akahito fue, en muchos sentidos, el primer poeta japonés en dar al paisaje un protagonismo lírico autónomo. En sus poemas, la naturaleza no es solo un fondo o un reflejo emocional: es una entidad con dignidad estética. Su waka dedicado al Monte Fuji es célebre por capturar la majestuosidad de la montaña como símbolo de permanencia y belleza impasible. Este tipo de mirada sentó las bases del vínculo profundo entre poesía japonesa y contemplación del entorno.

Aunque no ocupó altos cargos políticos, se sabe que Akahito participó en las comitivas imperiales y en viajes ceremoniales, especialmente hacia las provincias costeras. Durante estos desplazamientos compuso varios poemas oficiales que celebraban los lugares visitados y reforzaban el sentido sagrado del Japón imperial. Su tono devoto y equilibrado encajaba perfectamente con la estética que la corte promovía en ese momento.

Uno de los elementos distintivos del estilo de Akahito es su capacidad para generar imágenes mentales nítidas y estáticas, casi como si fueran pinturas. Este rasgo ha hecho que su poesía se considere una forma temprana de uta-e (pintura poética). Se trata de momentos suspendidos en el tiempo: una gaviota sobre las olas, una montaña envuelta en nubes, una brisa entre los pinos. Son visiones que no narran, sino que invitan al recogimiento estético.

A diferencia de muchos poetas del Man’yōshū, cuyas composiciones tratan el amor, la muerte o el lamento, los poemas de Akahito rehúyen la emoción desgarradora. No hay elegías, ni rupturas amorosas, ni tensión trágica. Esto ha llevado a algunos estudiosos modernos a ver su obra como “una celebración de lo eterno frente a lo efímero”, y a identificar en su estilo una raíz temprana del yūgen, el concepto estético de lo sugerente y profundo que dominará siglos después.

Durante los siglos IX y X, en pleno auge del refinamiento cortesano, Akahito fue exaltado como modelo ideal de waka. Su figura se mitificó hasta volverse símbolo de la pureza formal, del estilo correcto, del tono aristocrático. Se decía que su poesía era “como un espejo sin mancha que refleja lo que debe ser visto y no lo que se desea”. Su nombre aparecía en los manuales de poesía como ejemplo de equilibrio, discreción y belleza sin afectación.

Fuente: Mesiterdrucke

Yamabe no Akahito

Poema de Kakinomoto Hitomaro, de la serie Cien Poemas Explicados por la Nodriza Hya