MURASAKI SHIKIBU

Murasaki Shikibu (c. 973–c. 1014/1031)
Murasaki Shikibu es, sin duda, una de las figuras literarias más fascinantes de la historia japonesa. Autora de la monumental Genji monogatari (El relato de Genji), considerada la primera novela psicológica de la historia y una de las cumbres de la literatura universal, Murasaki fue también una mujer extraordinaria que, en el contexto ceremonial y patriarcal de la corte Heian, supo convertir la escritura en una forma de resistencia, introspección y revelación.
Pertenecía al clan Fujiwara, pero a una de sus ramas menos prominentes. Su padre, Fujiwara no Tametoki, fue un erudito respetado que lamentaba abiertamente que su hija no pudiera acceder, como los varones, a los exámenes oficiales. Aun así, Murasaki recibió una formación atípica: aprendió a leer los clásicos chinos, algo inusual para una mujer de su época, y se nutrió de la sofisticada cultura cortesana de Kioto, que giraba en torno a la poesía waka, la música, la caligrafía y el ceremonial.
Viuda joven y madre de una hija, fue llamada a la corte imperial alrededor del año 1005 como dama de compañía de la emperatriz Shōshi, esposa del emperador Ichijō. Allí, en los salones de incienso, seda y poesía, comenzó a redactar El relato de Genji, una obra de más de mil páginas que narra la vida de un príncipe idealizado —el “resplandeciente Genji”— y de varias generaciones de cortesanos atrapados en la red de pasiones, celos, renuncias y ambiciones.
Pero su importancia trasciende lo literario. Murasaki supo captar, con una mirada lúcida y a menudo melancólica, la fragilidad de los afectos humanos, la fugacidad del poder y el anhelo constante de belleza que marcó a la nobleza Heian. Su diario —donde revela su desencanto ante el ambiente cortesano y la rivalidad entre damas— añade otra capa a su retrato: el de una mujer solitaria, introspectiva, de inteligencia aguda y sensibilidad exquisita.
Murió en una fecha incierta, probablemente entre 1014 y 1031. Su legado, sin embargo, no solo sobrevivió: se convirtió en canon. Durante siglos, El relato de Genji fue leído, comentado, ilustrado y reverenciado. Y con razón: en sus páginas no solo late la historia de un hombre, sino el alma misma de una época, vista desde la mirada perspicaz de una mujer que supo mirar más allá del velo ritual de su tiempo.
La novela de Genji transcurre a lo largo de medio siglo, con infinidad de personajes y aventuras, muchas galantes, en que el protagonista, hijo del emperador a quien han alejado del poder desde su infancia, pugna por recuperar sus derechos. Una vida repleta de luces y sombras, de maquinaciones de poder y de erotismo, que llenan el clásico más notable de cuantos quedaban por traducir a nuestra lengua.
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*
Curiosidades de Murasaki Shikibu
El nombre “Murasaki Shikibu” no es el verdadero nombre de la autora, que nunca firmó su obra. “Shikibu” alude a un cargo de su padre en el Ministerio de Ceremonias (shikibu-shō), mientras que “Murasaki” hace referencia a uno de los personajes femeninos más amados de El relato de Genji: la dulce y melancólica Dama Murasaki, figura inspirada en parte en la princesa del Taketori monogatari. Que la autora adoptara ese nombre revela cómo su obra y su identidad estaban entrelazadas: ella era, en cierto modo, su propio personaje.
En la corte Heian, la cultura china era reservada a los hombres. Las mujeres nobles cultivaban la poesía waka y la prosa japonesa (kana), pero no los textos clásicos chinos. Sin embargo, Murasaki fue instruida en secreto por su padre, quien incluso escribió en su diario: “¡Qué lástima que no haya nacido varón!”. Este conocimiento, lejos de ser celebrado, le valió el reproche de algunas damas que la veían con recelo. En su diario, Murasaki retrata con ironía la hipocresía de estas mujeres, muchas de las cuales fingían ignorancia por coquetería.
En la misma época, otra dama de la corte, Sei Shōnagon, escribía su célebre Makura no Sōshi (El libro de la almohada), obra ingeniosa, ligera y aguda. Ambas sirvieron a emperatrices rivales y encarnaban dos sensibilidades distintas. Murasaki era introspectiva, melancólica y crítica de la superficialidad cortesana; Shōnagon, en cambio, celebraba la gracia efímera de los gestos, los vestidos, los aromas. Aunque nunca se enfrentaron directamente, en el Diario de Murasaki hay referencias veladas que sugieren una cierta desconfianza hacia el estilo “jactancioso” de su contemporánea.
Una de las grandes maravillas del Genji es su modernidad. El protagonista, el Príncipe Genji, no es un héroe al uso, sino un hombre complejo, contradictorio, atormentado por sus deseos y por la culpa. La obra se sumerge con detalle en los pensamientos, recuerdos y emociones de los personajes, desarrollando un realismo psicológico que no se volverá a ver hasta autores como Tolstói o Proust. El mono no aware —la tristeza ante lo efímero— atraviesa toda la obra, marcando un tono existencial que sigue conmoviendo a los lectores modernos.
Más allá del Genji, Murasaki escribió un diario (o nikki) que mezcla memorias, anotaciones sobre la vida cortesana y reflexiones personales. En él aparece como una mujer lúcida, que observa desde la distancia la frivolidad de la corte, los juegos de poder, el ruido de la fama. “Hablan como si todo lo supieran”, escribe sobre sus compañeras, “pero lo hacen solo por no quedarse calladas”. Su tono es irónico, pero también lleno de resignación. La escritura no fue para ella un lujo, sino un refugio ante el vacío de un mundo que se repetía en ciclos de vanidad y desengaño.