MARÍA ZAMBRANO

María Zambrano (1904-1991)

María Zambrano nació el 22 de abril de 1904 en Vélez-Málaga, en el seno de una familia profundamente intelectual y liberal. Su padre, Blas Zambrano, pedagogo y colaborador de Francisco Giner de los Ríos, fue una figura clave en su educación, mientras que su madre, Araceli Alarcón, le inculcó la sensibilidad por lo estético y lo espiritual. Desde muy joven, María mostró una inteligencia precoz, un carácter introspectivo y una inclinación natural hacia la filosofía. Su infancia estuvo marcada por constantes mudanzas debido a la profesión docente de su padre, lo que la llevó a crecer en un ambiente de constante búsqueda, observación y reflexión. En 1921, se instaló con su familia en Madrid y pronto ingresó en la Universidad Central, donde estudió Filosofía bajo la tutela de Ortega y Gasset, Xavier Zubiri y Julián Besteiro. Su etapa universitaria coincidió con el auge de la Generación del 27, con la que mantuvo estrechos vínculos afectivos e intelectuales. María nunca fue una filósofa encerrada en una torre de marfil: su pensamiento, profundamente arraigado en la vida, estuvo atravesado por el compromiso social, la poesía y el exilio. En 1931, con la proclamación de la Segunda República, comenzó su actividad docente y política. Fue profesora en la Universidad Central y colaboró con organismos educativos del nuevo régimen, siempre con la firme esperanza de que la razón iluminada por la poesía pudiese transformar la realidad. Sin embargo, la Guerra Civil truncó estos anhelos. En 1939, Zambrano partió al exilio, que se extendería por más de 40 años. Vivió en Francia, México, Cuba, Puerto Rico, Italia y Suiza. Esta errancia geográfica se convirtió también en una forma de exilio interior, una constante en su obra. Durante el exilio, María Zambrano desarrolló su concepto más original: la «razón poética», una vía del pensamiento que no renuncia a la lógica, pero la trasciende integrando intuición, emoción y arte. Libros como El hombre y lo divino, Claros del bosque o Delirio y destino dan cuenta de su estilo fragmentario, visionario y profundamente lírico. No regresó definitivamente a España hasta 1984, ya octogenaria, cuando fue reconocida con los más altos galardones: el Premio Príncipe de Asturias en 1981 y el Premio Cervantes en 1988. María Zambrano falleció en Madrid el 6 de febrero de 1991. Su vida fue una larga peregrinación en busca de una filosofía que pudiera “decir lo que no se puede decir”, y su obra sigue siendo un faro para quienes creen que pensar no está reñido con soñar.

Curiosidades de María Zambrano

Aunque fue una de las pensadoras más relevantes del siglo XX, María Zambrano mantuvo una relación íntima con la poesía, no sólo como lectoría, sino también como forma de conocimiento. Fue amiga y confidente de varios miembros de la Generación del 27, especialmente de Emilio Prados, Vicente Aleixandre y Luis Cernuda. Su filosofía se alimenta de ese universo poético, y no es casual que muchas de sus obras adopten una estructura lírica, fragmentaria, incluso mística. Ella misma reconocía que la filosofía debía aprender a “escuchar lo que el alma dice en silencio”.
Aunque fue alumna predilecta de Ortega y Gasset, María no fue una seguidora obediente. Si bien admiraba su claridad y profundidad, pronto se distanció del racionalismo orteguiano para trazar su propio camino. La “razón vital” del maestro no bastaba para María: ella necesitaba una razón más abierta a lo irracional, al misterio, a lo sagrado. Así surgió su célebre “razón poética”, que pretendía superar la lógica fría del pensamiento occidental. Esta tensión entre fidelidad y superación es uno de los hilos más interesantes en la evolución de su pensamiento.
Para Zambrano, el exilio no fue sólo una circunstancia política, sino una condición del alma. Durante más de cuatro décadas vivió en distintos países sin establecer raíces permanentes. Su peregrinación por París, La Habana, San Juan, Roma, Ginebra o México no fue una mera fuga, sino un espacio de meditación, donde sus obras adquirieron esa hondura y melancolía tan características. El exilio fue, en cierto sentido, su maestro: le enseñó la levedad, la espera, la distancia. No es casual que uno de sus libros más íntimos, Delirio y destino, sea una especie de autobiografía poética del alma errante.
María Zambrano es una rara avis en el mundo de la filosofía occidental, dominado históricamente por el logos y el poder. Ella pensó desde el amor, no desde el dominio. El amor en su obra no es sentimentalismo, sino una apertura radical al otro, al ser, al mundo. Esa apertura se traduce en su estilo: envolvente, sugerente, musical. Frente al discurso categórico, eligió la metáfora. Frente al concepto cerrado, el símbolo abierto. La suya es una filosofía vulnerable, pero poderosa; herida, pero luminosa.
Zambrano se comprometió activamente con la Segunda República. Fue miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y colaboradora del Ministerio de Instrucción Pública. Durante la Guerra Civil apoyó el bando republicano y escribió ensayos que denunciaban el avance del totalitarismo. Pero tras la derrota, su desencanto fue profundo. En el exilio no sólo dejó atrás su tierra, sino también la fe en una política redentora. Desde entonces, se inclinó hacia una filosofía más introspectiva, más poética, menos militante, en la que el dolor humano se convierte en eje central.
A pesar de no ser religiosa en el sentido tradicional, María Zambrano tuvo una profunda sensibilidad espiritual. Su obra está poblada de imágenes místicas: la noche oscura, el desierto, la epifanía. Su pensamiento no niega lo divino, pero lo reformula. Dios, en sus textos, no es el ser supremo del dogma, sino una presencia ausente, una posibilidad, un misterio al que sólo se accede por el silencio o la revelación poética. En El hombre y lo divino, por ejemplo, propone una teología sin iglesia, un diálogo con lo sagrado desde la orfandad moderna.
A pesar de su relevancia intelectual, el reconocimiento oficial a María Zambrano fue tardío. Durante años fue más leída y valorada en Latinoamérica e Italia que en su propia patria. Sólo en los años 80, con la transición democrática ya consolidada, comenzó a recibir homenajes, reediciones y premios. El más significativo fue el Premio Cervantes en 1988, que la convirtió en la primera mujer en recibirlo. Aquel galardón fue percibido como una especie de justicia poética para una pensadora que nunca buscó el poder, pero cuya obra ya habitaba en las alturas.
María Zambrano fue enterrada en Vélez-Málaga, en el cementerio de su ciudad natal, por expresa voluntad propia. Sobre su tumba reposa una sencilla lápida con su nombre y una frase: “Surge amica mea et veni”. Es un verso del Cantar de los Cantares: “Levántate, amada mía, y ven”. Ese llamado del amor, del espíritu, de la vida que llama incluso desde la muerte, resume a la perfección su obra entera. Porque toda la filosofía de Zambrano no es sino un largo y delicado diálogo con la luz que se esconde en la sombra.

OBRAS

Aparecida por vez primera en 1955 y sustancialmente ampliada en su reedición de 1973, «El hombre y lo divino», obra clave en el desarrollo del pensamiento de María Zambrano (1904-1991), actúa como puente entre la destilación más acabada de sus primeras ideas y la articulación de esa «razón poética» que se iría desplegando a partir de entonces en el seno de su producción filosófica. Frente a una modernidad sumida en el eterno juego de renuncia y regreso a una divinidad de la que ansía desprenderse pero a la que no puede renunciar,

*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*

«Claros del bosque» es uno de los libros esenciales de la trayectoria filosófica de María Zambrano en el que vemos, por primera vez, en marcha su «razón poética». Nadie mejor que la propia autora para presentarnos el significado de esta obra: «Claros del bosque» dentro de mi pensamiento vertido en lo impreso, salvo alguna excepción, aparece como algo inédito salido de ese escribir irreprimible que brota por sí mismo y que ha ido a parar a cuadernos y hojas que nadie conoce, ni yo misma, reacia que soy a releerme. Tenía que suceder por fuerza. Mas creo que el carácter de ofrenda de «Claros del bosque» a la persona a quien va dedicado en su tránsito tiene que ver en ello, acentuando así el carácter de ofrenda que todo lo que he publicado tiene desde siempre.

*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*