LI BAI

LI BAI (701–762)

Li Bai, también conocido como Li Po o Li Taibai, nació en el año 701 en Suyab (actual Kirguistán), en una región fronteriza del imperio Tang. Su lugar de nacimiento, en el corazón de la Ruta de la Seda, sugiere desde el inicio una vida marcada por la mezcla cultural y el movimiento constante. Pertenecía a una familia china exiliada que regresó a Sichuan cuando él era niño. Allí, rodeado de montañas y ríos, creció con una sensibilidad lírica precoz y una pasión por los paisajes, las leyendas y la libertad.

Desde joven, Li Bai fue un espíritu errante. Rechazó los caminos convencionales: no se presentó al examen imperial, el método habitual para ingresar al funcionariado, porque despreciaba la rigidez del sistema confuciano. En cambio, eligió el camino de la libertad personal. Se autoproclamó un inmortal exiliado, un daoísta inspirado por la naturaleza, el vino y el desapego mundano. Viajó extensamente por el imperio Tang, no como un vagabundo miserable sino como un huésped celebrado por nobles, príncipes y poetas que reconocían su genio.

Su fama creció rápidamente gracias a su extraordinaria capacidad poética. Li Bai tenía el don de la improvisación, componía versos de una belleza fulgurante tras solo mirar el paisaje o levantar una copa de vino. Su obra está impregnada de imágenes cósmicas, montañas sagradas, lunas solitarias y ebriedades iluminadas. Aunque profundamente influido por el taoísmo, no desdeñó el sentimiento humano, y sus poemas amorosos, elegíacos y amistosos muestran una ternura nada incompatible con su orgullo de sabio errante.

Durante un breve periodo, Li Bai fue llamado a la corte imperial por el emperador Xuanzong, quien lo integró en la Academia Hanlin. Pero su personalidad excéntrica y su desprecio por la etiqueta no tardaron en provocar conflictos. Fue expulsado poco tiempo después, y retomó sus andanzas. La vida de Li Bai fue una alternancia entre la gloria poética y el desprecio institucional, entre la admiración popular y la marginalidad oficial.

En sus últimos años, Li Bai se vio involucrado en las convulsiones políticas de la rebelión de An Lushan, aunque de manera indirecta. Apoyó sin éxito a un príncipe rival, lo que le valió la cárcel y el exilio. Sin embargo, fue indultado gracias a la intervención de admiradores influyentes. Su vida concluyó alrededor del año 762, posiblemente en Dangtu. La leyenda dice que murió borracho tratando de abrazar la luna reflejada en el río Yangtsé. Si no es verdad, es sin duda verosímil: pocas muertes serían tan adecuadas para alguien que hizo de la poesía y la embriaguez una forma de eternidad.

Li Bai (701-762), uno de los poetas más famosos y apreciados de la prolífica dinastía Tang (618-907), es también, actualmente, el poeta chino más conocido y traducido tanto en el mundo hispánico como en una gran parte del resto de Occidente. Sus memorables poemas han cautivado a muchos de nuestros poetas, desde Rubén Darío a Gary Snyder, pasando por Ezra Pound y Octavio Paz, así como a varias generaciones de lectores de casi todos los rincones del mundo. Autor de textos musicales e imaginativos, en los que el mundo humano y la naturaleza son indisociables, defendió una poesía que cantara las emociones humanas, la fugacidad de la vida y la belleza del mundo.

*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*

Curiosidades de Li Bai

Li Bai, a diferencia de muchos poetas de su tiempo, rechazó el examen imperial —la vía consagrada hacia el prestigio y el poder en la China Tang. No fue por falta de talento, sino por una actitud rebelde ante la rigidez confuciana. Desde muy joven, Li Bai se sintió más cercano al taoísmo y sus ideales de libertad, espontaneidad y comunión con la naturaleza. Veía el sistema burocrático como una prisión del espíritu. Su rechazo al examen fue un acto radical: prefirió vagar, beber y escribir antes que integrarse en un orden que despreciaba. Este gesto hizo de él una figura romántica, un precursor del artista libre que no se vende al poder, aunque ello le costara estabilidad y reconocimiento oficial.

A pesar de su desprecio por la burocracia, Li Bai fue convocado a la corte por el emperador Xuanzong, atraído por su fama y talento. Allí fue incorporado a la prestigiosa Academia Hanlin, un cuerpo de eruditos y poetas. Sin embargo, su estancia fue breve y caótica. Vestía con desaliño, hablaba sin filtros y a menudo aparecía ebrio. Se cuenta que el propio emperador le pidió que compusiera poemas durante los banquetes reales, lo que Li Bai hacía con deslumbrante facilidad… y soberbia. En una ocasión, borracho, pidió al poderoso eunuco Gao Lishi que le desatara las sandalias, lo que desató un escándalo. Este y otros excesos lo condenaron al ostracismo. Fue despedido de la corte, pero lejos de sentirse humillado, lo vivió como una liberación. La corte era para él un lugar de servidumbre dorada, y él necesitaba aire libre, montañas y vino.

Li Bai fue, probablemente, el más célebre bebedor de toda la literatura china. El vino no era solo un placer: era una puerta a la inspiración, un medio para alcanzar lo sublime. En sus poemas, el vino aparece como compañero de la soledad, medicina del alma y vehículo de comunión con la luna y los dioses. Su célebre poema “Bebiendo solo bajo la luna” describe cómo, en medio de la embriaguez, baila con su sombra y la luna como si fueran tres amigos inseparables. Su ebriedad no era vulgar: era una forma de éxtasis poético. En la tradición china, esta actitud lo convirtió en el arquetipo del sabio inspirado, del poeta iluminado no por la lógica sino por el desvarío sagrado. La ebriedad, en su caso, era visión.

Aunque sus estilos eran opuestos, Li Bai y Du Fu compartieron una amistad profunda. Du Fu admiraba profundamente a Li Bai, a quien llamaba “el inmortal desterrado” y “el genio sin par”. Se encontraron pocas veces en persona, pero su vínculo espiritual fue duradero. Du Fu escribió varios poemas dedicados a su amigo, lamentando su ausencia y celebrando su genio. Li Bai, por su parte, también elogió a Du Fu, aunque con un tono más desenfadado. Esta amistad ha sido mitificada como la unión entre el poeta libre (Li Bai) y el poeta ético (Du Fu), una especie de yin y yang poético. Mientras Du Fu escribía desde el sufrimiento social, Li Bai lo hacía desde la trascendencia individual. Juntos representan las dos grandes vías de la poesía china.

La muerte de Li Bai está envuelta en una leyenda tan hermosa como improbable: se dice que, en una noche de ebriedad, navegaba en un bote cuando vio reflejada la luna en el agua. Embelesado por su belleza, se inclinó para abrazarla y cayó al río, donde murió ahogado. Esta versión, aunque apócrifa, captura con exactitud su espíritu. En su poesía, la luna era una presencia constante: musa, compañera, espejo del alma solitaria. Morir intentando abrazarla es, simbólicamente, el acto final de un poeta que nunca aceptó las fronteras entre el mundo real y el mundo poético. Si no murió así, debió morir así, porque no hay otro final tan justo para un hombre que vivió entre el vino, las nubes y los sueños.

 «Trescientos poemas de la dinastía Tang» es, según el consenso de los críticos y los estudiosos chinos, la más difundida, popularizada, comentada, citada y recitada de todas las recopilaciones de poesía china. Desde su aparición ha servido durante dos siglos y medio como fuente de textos de enseñanza para alumnos escolares y estudiantes universitarios. Ha sido objeto de innumerables estudios e investigaciones, constituyendo todo un fenómeno literario permanente en China. Esta edición bilingüe pone al alcance del lector español las obras de poetas como Li Bai, Du Fu, Wang Wei o Bai Juyi, cuyos nombres resuenan en todos los rincones del mundo.

*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*