CERVANTES Y GÓNGORA
La enemistad entre Cervantes y Góngora
¿Cómo es posible que el escritor más laureado del panorama español, y casi mundial, que estuvo afincado en Valladolid durante varios años, y que elaboró una de las novelas de caballerías más inconmensurables recibiera, de la mano de otros escritores famosos, cartas amenazantes? ¿Quiénes eran esos personajes? ¿Qué dijo Cervantes acerca de esa carta?
Acompañen a este Humanista por el paseo de la Historia hasta la Adjunta al Parnaso, donde se toparán con la verdad de una curiosa leyenda que nace de las líneas de tinta de Miguel de Cervantes durante su estancia en Valladolid.
Como ya veremos en artículos posteriores, la fama de Valladolid ya se había extendido en el siglo XV y XVI, cuando diversos matrimonios nobiliarios trajeran la bonanza a las tierras vallisoletanas y convencieran a los extranjeros para migrar con sus negocios a lo que fue ya entonces una gran urbe.
Fue el caso de don Rodrigo de Cervantes, padre del manco, que se trasladó, junto a su familia, a Valladolid, cuando Miguel apenas había cumplido los cinco años de edad y pocos recuerdos vivirían en él de ese periodo. Se establecieron en un piso bajo del barrio de Sancti Spiritus. Y aunque Valladolid disponía de un clima húmedo del que los cronistas se quejaban, su padre había decidido comenzar su negocio en aquella ciudad que más afluencia de clientes les aportaría.
Su pasado en España
Su padre era Cirujano.
Les bastaron ocho meses para comprender que sus ilusiones, aunque buenas, no eran suficientes para disponer de la aceptación de los clientes, en una ciudad en la que sus iglesias, sus fachadas cinceladas en madera, sus palacios y su atractiva Plaza Mayor desviaban la atención de cualquier paseante solitario.
Por aquel entonces, Valladolid, como gran potencia española, disponía de la nada desdeñable cifra de sesenta mil habitantes, según el experto cervantino Canavaggio, habiendo esta sido reconstruida en un incendio en 1561, tras el que se volvieron a levantar los monumentos, casas y elementos ornamentales que convirtieron a Valladolid en una metrópoli barroca.
Es entonces, en 1603, cuando Cervantes, tras ser excarcelado en Sevilla, emigra junto a su familia a Valladolid, para encontrar una ciudad desarrollada en la que se habían establecido Las Cortes. Eligieron un suburbio para alojarse, alquilando la parte de arriba de una casa de dos pisos recién levantada por Juan de las Navas, el dueño de la misma, que se ubicaba muy cerca del Rastro de los Carneros.
La primera entrega del Don Quijote salió a la luz en una imprenta vallisoletana durante la navidad de 1604, pero esta se extiende hasta Madrid en enero, y más adelante se hace extensiva a toda la península, precisando de una segunda edición y una nueva, pirata, en Valencia y en Milán. Resulta, por lo tanto, un momento de especial interés en la vida del manco, que ve cómo su esfuerzo ha dado sus frutos, al recibir, de parte de todo el mundo, la enhorabuena por la creación de una figura que es ya mundialmente conocida.
Es tan popular dicho atuendo, el de don Alonso Quijano, que los cronistas de la época ya narraban, como novedoso trending topic, la aparición de un hombre que vestía de igual manera que don Quijote: Este narrador, don Pinheiro de Veiga, nos acerca la escena del encuentro entre un amante y su amada, que no le era correspondida, sobre la que se lanza el valeroso caballero, comparando al extraño con “un don Quijote vestido de verde, muy desmazalado y alto de cuerpo”.
Mientras que esa escena ocurría en Valladolid, otro hecho doloso acontecía en la puerta de la casa de don Miguel de Cervantes. Él, con el galante y la elegancia a la que nos tiene acostumbrado, nos describía, con sus propias palabras, la situación:
“Estando yo en Valladolid, llevaron una carta a mi casa para mí con un real de porte; recibióla y pagó el porte una sobrina mía, que nunca ella le pagara; pero diome por disculpa que muchas veces me había oído decir que en tres cosas era bien gastado el dinero: en dar limosna, en pagar al buen médico, y en el porte de las cartas, ora de amigos o de enemigos; que las de amigos avisan, y de las de enemigos se puede tomar algún indicio de sus pensamientos. Diéronmela, y venía en ella un soneto malo, desmayado, sin garbo ni agudeza alguna, diciendo mal de don Quijote; y de lo que me pesó fue del real, y propuse desde entonces de no tomar carta con porte.”
Miguel de Cervantes Tweet
La carta, que contenía ese mal soneto, no es sino la prueba definitiva de que entre don Miguel y don Luis de Góngora, existía una rivalidad fuera de lo común. Casi parecida a la existente entre el primero y Lope de Vega, también enardecido por los celos y enfrentado al manco por su reciente éxito comercial. La atribución a Góngora es pura elucubración, pero está demostrada una cantidad ingente de referencias del cordobés a la obra de Cervantes, que lo tildaban de falto de decoro y de calidad literaria en su obra:
La aparición de todos estos émulos y las misivas de felonía que acompañan su presentación consiguen exactamente lo contrario de lo que pretenden; motivar al escritor y reconocer su valor artístico por encima de ningún otro, dejando al aire las inseguridades y los celos de los que cosechaban menos éxito por aquel entonces.
En este breve poema se reconoce la pluma de Góngora, que molesto también por el despilfarro injustificable de los Reyes durante el nacimiento y bautizo del querubín en Valladolid, decide hacer alusión a las dificultades económicas de la ciudad: Quedamos pobres, fue Lutero rico. Y quizás este, molesto con la monarquía y con su gasto inútil, también lo estaba con Cervantes, al que se le atribuye la Relación de Fiestas que en Valladolid se hicieron al nacimiento de nuestro Príncipe, celoso de su cercana relación con los reyes y con otros escritores de la corona.
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Para alimentar este enfado, se ofreció a la población, como acto conmemorativo por el nacimiento de Felipe IV, el hijo de Felipe II, y al que bautizaron como Felipe Dominico Víctor, una corrida de toros. En su intermedio, un sainete ocupó el escenario durante unos segundos, apareciendo en su zénit argumental, un Quijote que “iba en primer término como aventurero, solo y sin compañía, con un sombrero grande en la cabeza y una capa de bayeta y mangas de lo mismo.; unos calzones de velludo y unas buenas botas con espuelas de pico de pardal, batiendo las ijadas de un pobre cuartago rucio con una matadura en el borde del lomo, producida por las guarniciones del coche y una silla de cochero, y Sancho Panza, su escudero, delante. Llevaba unos anteojos para mayor autoridad y bien puestos, y la barba levantada”.
Pero no fue solo de Góngora de quien recibió duras críticas pues, tal y como subrayábamos al comienzo, Lope también admitiría que “Ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio quien alabe al Quijote”.
Otros muchos fueron los que se enemistaron con Miguel de Cervantes, incluso él montó en cólera al leer alguna de las novelas pertenecientes al siglo de Oro, llegando a criticar a personajes como López de Úbeda, el autor de la famosa Pícara Justina.
Varios estudios han arrojado luz sobre este asunto, consiguiendo testimonios, allende los mares, de la publicación de una de las obras más famosas del mundo y trayendo consigo las críticas y las cartas que Cervantes se negó a recibir con membrete durante toda su vida, debido a ese mal trago que sufrió en Valladolid, allí donde vio crecer su arte y donde ofreció al mundo la creatividad de un genio que cambiaría el mundo.
