JOAQUÍN COSTA
Joaquín Costa (1846-1911)
Joaquín Costa Martínez nació el 14 de septiembre de 1846 en Monzón, una pequeña localidad de la provincia de Huesca, en Aragón, España. Hijo de una familia humilde de labradores, su origen campesino marcaría profundamente su sensibilidad y su compromiso político y social a lo largo de toda su vida. Desde joven se destacó por su inteligencia autodidacta, su afán de superación y su preocupación por los males seculares que aquejaban a España: el atraso agrícola, la pobreza rural, el caciquismo, la corrupción política y la falta de educación.
Estudió Derecho, Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, donde entró en contacto con los círculos más inquietos del pensamiento progresista de la época. A pesar de su brillantez académica —obtuvo varios premios y se doctoró con honores—, nunca se dejó seducir por las comodidades de la vida académica o por el boato de la política institucional. Su verdadero campo de acción era la realidad social de España, que abordaba desde una mirada regeneracionista y profundamente reformista.
Costa fue un pensador polifacético: jurista, economista, historiador, sociólogo y ensayista. Su obra más influyente fue Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla, donde diseccionó sin piedad el sistema político de la Restauración. En ella proponía un nuevo modelo de país basado en la educación, el trabajo y el acceso equitativo a la tierra. Fue uno de los grandes impulsores del movimiento regeneracionista, que intentaba modernizar España frente al desastre del 98, tras la pérdida de las últimas colonias.
Aunque nunca logró ocupar cargos de poder relevantes, Costa se convirtió en una conciencia moral para su tiempo. En su famosa consigna “¡Escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid!”, resumía su visión de una España que debía abandonar el mito y abrazar la modernización. Fue un defensor infatigable del cooperativismo, del desarrollo de regadíos y de la educación popular. Consideraba que el problema de España no era solo político, sino sobre todo moral e intelectual.
Murió en Graus el 8 de febrero de 1911, en la más estricta austeridad, casi en el olvido. Su figura, sin embargo, ha ido creciendo con los años, y hoy es considerado uno de los grandes intelectuales sociales de la historia contemporánea de España. Un “aragonés universal” cuya lucidez crítica y compromiso con la justicia siguen interpelando a las generaciones posteriores.
Curiosidades de Joaquín Costa
Pocas veces en la historia intelectual de Europa encontramos una figura como la de Joaquín Costa: un hombre que, siendo hijo de campesinos sin recursos, logró ascender a las cimas del pensamiento académico y político sin renunciar jamás a sus raíces. Él mismo se enorgullecía de su origen rural, que consideraba una escuela de vida. A menudo vestía con sencillez extrema, y jamás adoptó las formas de la alta burguesía. Incluso cuando dictaba conferencias o participaba en actos públicos, su imagen era la de un hombre austero, de mirada intensa, con ropas modestas y una presencia casi profética.
Costa escribió sobre todo: derecho, historia, economía, geografía, antropología, pedagogía… Su obra abarca miles de páginas y, sin embargo, nunca se organizó como un sistema cerrado. Sus escritos son más bien fogonazos, ensayos combativos, artículos apasionados. Su pensamiento se construye más desde la urgencia que desde la academia. Era un pensador “del presente”, atento a las desgracias del campesinado, a los desequilibrios del Estado y a los efectos del imperialismo. Su estilo, aunque erudito, era comprensible, directo, casi militante.
Después del Desastre del 98, que significó la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, Costa fue una de las voces más lúgubres y lúcidas. Para él, España no debía llorar los territorios perdidos, sino preguntarse por qué había llegado a ese punto. No se trataba de reformar la administración, sino de “reinventar” la nación desde abajo, desde el aula y el campo. Su regeneracionismo no era un programa electoral, sino una fe civil: la necesidad de construir una ciudadanía ilustrada, trabajadora y ética. Su diagnóstico era brutal: España no necesitaba políticos, sino pedagogos.
Costa no creía en revoluciones violentas, sino en reformas sostenidas. Para él, dos eran los pilares del futuro: la educación universal y el desarrollo agrícola. “Escuela” significaba conocimiento, formación moral, ciudadanía crítica. “Despensa” significaba alimentos, tierra cultivada, autosuficiencia. En un país plagado de analfabetismo, hambre estacional y latifundios improductivos, esa consigna era más revolucionaria que cualquier proclama insurreccional.
Una de sus grandes obsesiones fue la lucha contra el caciquismo, ese sistema clientelar que corrompía la vida pública española desde los pueblos hasta el parlamento. Costa denunció cómo los grandes terratenientes y las redes de poder local manipulaban elecciones, repartían favores y cooptaban voluntades. En su diagnóstico, España no era una democracia, sino una oligarquía disfrazada de parlamentarismo. El caciquismo era, para él, “una enfermedad moral y social”, un parásito incrustado en las venas del país.
Costa nunca llegó a formar parte activa de ningún partido. Aunque tuvo vínculos con el republicanismo federal y el krausismo, siempre se mantuvo independiente. Detestaba el parlamentarismo vacío y desconfiaba de los políticos profesionales. Su fe estaba en el pueblo educado, en los maestros rurales, en los pequeños agricultores que trabajaban la tierra. Era un visionario democrático, pero no creía en las estructuras políticas existentes, sino en un porvenir aún por construir.
Uno de los grandes sueños de Costa fue transformar Aragón en una tierra fértil mediante un ambicioso plan hidráulico. Estaba convencido de que la modernización agrícola dependía del regadío. Promovió estudios técnicos, planes de canales y cooperativas agrícolas. En su imaginación, el agua era símbolo de progreso, vida y equidad. Hoy, muchos embalses y presas en Aragón llevan su nombre, como reconocimiento a ese anhelo de convertir la tierra yerma en vergel productivo.
A pesar de su claridad moral, Costa no fue ampliamente reconocido en vida. Para la izquierda era demasiado moderado; para la derecha, un agitador peligroso. Su crítica al sistema le ganó enemigos entre los poderosos, y su radical defensa de la educación laica le valió ataques de sectores conservadores. Murió prácticamente aislado, y solo décadas más tarde su figura comenzó a recibir el respeto que merecía. Hoy se le considera precursor del pensamiento social español contemporáneo.
A diferencia de otros pensadores europeos que influyeron en sus países —como Rousseau en Francia o Gramsci en Italia—, Costa ha sido más citado que aplicado. Su diagnóstico sigue vigente: un país que a menudo posterga la educación, que tolera redes clientelares y que olvida el desarrollo rural. Sus advertencias resuenan con fuerza en el presente, lo que lo convierte en una figura tan actual como incómoda.
Costa murió sin apenas recursos. Se cuenta que su ataúd fue costeado por amigos y discípulos. Fue enterrado en Graus, su refugio aragonés, lejos del bullicio institucional, en coherencia con su vida. Allí descansan sus restos, pero su espíritu sigue presente en cada intento de reforma educativa, en cada defensa del campo, en cada crítica al poder corrupto. Fue, como él mismo deseaba, más maestro que político
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*
Prólogo de Josep Fontana. Pese a ser la figura más representativa del regeneracionismo español, Joaquín Costa (1846-1911), de quien se cumple el centenario de su muerte, es a la vez la más desconocida. Reivindicado por derechas e izquierdas, su conocida propuesta de un “cirujano de hierro” como solución de urgencia a los problemas de España, sería instrumentada por la dictadura de Primo de Rivera y el franquismo, elaborando una imagen desdibujada y confusa de un mensaje radical, honesto y progresista presente en toda su vida. Costa fue siempre un gran luchador y un gran inconformista.
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*
