EL "INCA" GARCILASO DE LA VEGA
El "Inca" Garcilaso de la Vega (1539-1616)
Nacido en Cuzco, el corazón del antiguo imperio de los incas, en 1539, Gómez Suárez de Figueroa, más tarde conocido como Inca Garcilaso de la Vega, vino al mundo entre dos universos que se miraban con desconfianza: el de los conquistadores españoles y el de la nobleza andina. Su padre, Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, era un capitán extremeño de familia hidalga, emparentado con los nobles Garcilaso de Córdoba; su madre, Isabel Chimpu Ocllo, descendía directamente del linaje imperial de los Incas, sobrina del soberano Huayna Cápac. Aquella mezcla de sangres, vista entonces con recelo, acabaría convirtiéndose en su mayor fortaleza intelectual.
Durante su infancia, Garcilaso fue testigo de un mundo en transformación. En el Cuzco aún se oían los ecos de las canciones quechuas y los rezos en latín; entre los muros de adobe se mezclaban las palabras del pasado y las órdenes del nuevo imperio. Su educación se dividió entre los relatos orales de sus parientes maternos —que le transmitieron la memoria sagrada del Tahuantinsuyo— y la enseñanza católica y militar de su padre español. De esa tensión nació su vocación: reconciliar lo que la conquista había separado.
Tras la muerte de su padre, decidió viajar a España en 1560, buscando reconocimiento y sosiego. Se estableció en Montilla, cerca de Córdoba, y allí, en un gesto que fue tanto político como poético, adoptó el nombre de “Inca Garcilaso de la Vega”. Con ello, unía la nobleza castellana de su padre al orgullo indígena de su madre: dos linajes que la historia parecía empeñada en mantener apartados. Su nombre se convirtió así en un manifiesto mestizo, en una declaración de identidad y de dignidad.
En España llevó una vida de estudio, escritura y contemplación. Aunque participó brevemente en campañas militares, pronto abandonó las armas para dedicarse a las letras. En 1609 publicó en Lisboa La Florida del Inca, un relato de la expedición de Hernando de Soto al territorio de Florida, donde ya se advierte su estilo claro y humanista. Ese mismo año aparecería su gran obra, los Comentarios reales de los Incas, una de las más hermosas prosas del Siglo de Oro, donde conjuga historia, memoria y leyenda para preservar la grandeza del mundo andino.
Garcilaso murió en Córdoba (España) el 23 de abril de 1616, el mismo día en que murieron Cervantes y Shakespeare. Fue enterrado en la iglesia de los Agustinos, y siglos después, en 1978, sus restos fueron trasladados con honores al Cuzco, la ciudad que nunca abandonó en espíritu.
Curiosidades del Inca Garcilaso de la Vega
Aunque muchos lo creen descendiente directo del poeta toledano Garcilaso de la Vega, en realidad no existía parentesco cercano entre ambos. Su padre pertenecía a una rama cordobesa del linaje Garcilaso, sin vínculo sanguíneo con el poeta renacentista. El Inca, consciente del prestigio literario del nombre, lo adoptó como homenaje y como estrategia: al firmar como “Garcilaso”, se asociaba con el ideal de nobleza y cultura que encarnaba el poeta de las églogas. Fue su manera de reivindicarse en una sociedad que, por su origen mestizo, lo habría relegado al margen.
Los Comentarios reales no son solo una crónica, sino un puente entre dos cosmovisiones. Garcilaso quiso mostrar que el mundo incaico poseía una racionalidad, una ética y una organización política comparable a la de los grandes imperios de la Antigüedad clásica. Así, su obra se convierte en una defensa de la inteligencia indígena frente al desprecio europeo. Cada página vibra con nostalgia, erudición y amor por la tierra perdida.
En 1780, tras la rebelión de Túpac Amaru II, el virrey del Perú prohibió la lectura de los Comentarios reales. Se temía que aquel libro —escrito más de un siglo antes— despertara en los criollos y mestizos el orgullo de su pasado indígena. Durante décadas, la obra circuló en secreto, convirtiéndose en un texto clandestino de identidad y resistencia.
Garcilaso vivió siempre entre la nostalgia del Cuzco y la soledad de Córdoba. En sus cartas confiesa que soñaba con regresar al Perú, aunque nunca lo hizo. Decía que su patria era “aquella mitad del alma que me quedó en las Indias”. Su vida, en definitiva, fue la del primer americano que intentó comprender Europa sin olvidar el origen andino que lo definía.
Su castellano —templado por el aire renacentista español y por los ecos del quechua— tiene una música inconfundible. En sus páginas aparecen términos indígenas, mitos y expresiones nativas integrados con elegancia en el idioma de Cervantes. En esa fusión lingüística reside su verdadera revolución literaria: el español del Inca Garcilaso ya es, en cierto modo, el primer español de América.
Hoy se le considera el padre de las letras peruanas y una de las figuras fundacionales de la literatura latinoamericana. Su figura inspiró a intelectuales como Clorinda Matto de Turner, Ricardo Palma o José María Arguedas, quienes vieron en él al primer narrador que se atrevió a dar voz a los pueblos originarios sin renunciar al pensamiento universal.
OBRAS
Gómez Suárez de Figueroa, el mestizo genial que la historia habría de registrar con el nombre del Inca Garcilaso de la Vega, nació en el Cuzco y vivió al amparo de una de las primeras casas señoriales que los españoles allí construyeron. Constituye el símbolo primario del mestizaje y la colonización que se iniciaba entonces en el Nuevo Mundo y el cabo de los siglos ha llegado a ser una de las figuras más admirables y discutidas que han producido la historiografía y las letras americanas. Aparte de un carácter marcadamente autobiográfico, encontramos en los «Comentarios reales» un firme propósito de poner de manifiesto el importante legado cultural que el imperio del Tahuansintuyo acumuló. Relata además la conquista, colonización y guerras civiles que funcionarios y conquistadores llevaron a cabo en aquel incipiente virreinato peruano.
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*
