BAI JUYI

Bai Juyi (772-846)
Bai Juyi (también transcrito como Po Chü-i), nacido en el año 772 en Taiyuan (actual provincia de Shanxi), fue uno de los poetas más influyentes y populares de la dinastía Tang. A diferencia de Li Bai o Du Fu, cuya poesía alcanzó alturas líricas o sociales más extremas, Bai Juyi eligió un estilo deliberadamente claro, accesible y moralmente comprometido. Su vida se movió entre la acción pública y la reflexión poética, entre los deberes del funcionario y la voz del hombre que quería hablar directamente al corazón del pueblo.
Desde joven, Bai Juyi mostró una inteligencia precoz. Su familia era culta pero modesta, y él se aplicó con determinación al estudio confuciano. A los 28 años aprobó con éxito los rigurosos exámenes imperiales, obteniendo una plaza en el funcionariado. Su carrera administrativa lo llevó a distintos cargos en el gobierno central y en provincias, y aunque fue en ocasiones relegado por razones políticas, su prestigio nunca se apagó. Siempre utilizó su posición para defender reformas, denunciar abusos y luchar contra la corrupción, lo que le valió tanto admiradores como enemigos.
Una de sus convicciones más firmes era que la poesía debía ser comprensible para todos, no solo para los eruditos. Decía que si una anciana no entendía su poema al leerlo, lo corregía. Esta postura lo acercó al pueblo y cimentó su fama como un poeta moral, capaz de mezclar belleza formal con mensaje ético. Compuso sobre temas tan diversos como el sufrimiento de los campesinos, el amor, la muerte, la amistad, el exilio o la soledad. Obras como “El canto del dolor eterno” o “La canción del laúd” revelan una mezcla de ternura, tristeza y empatía que lo distinguen de otros poetas de su tiempo.
Hacia el final de su vida, Bai Juyi se retiró a una villa en Luoyang, donde llevó una existencia austera y contemplativa. Allí se rodeó de libros, amigos, vino y naturaleza. Su fama seguía siendo inmensa, tanto en China como en el extranjero —su poesía fue especialmente valorada en Japón, donde influyó en generaciones de escritores y monjes.
Murió en 846, a los 74 años, dejando una obra vastísima, cercana a los 3.000 poemas, muchos de los cuales han sobrevivido. Su legado no radica solo en su estilo accesible, sino en su capacidad para unir la mirada crítica con la compasión, el arte con el bien común. Fue, como él mismo se definió, “un poeta para el pueblo”.
Curiosidades de Bai Juyi
Tras escribir un poema, se lo leía a una anciana analfabeta del mercado (o, en otras versiones, a una sirvienta). Si ella no entendía el significado, Bai lo reescribía. Esta historia, real o no, expresa su ideal estético: la poesía debía ser comprensible, directa, sin ornamentos inútiles. En una época en la que muchos poetas buscaban la complejidad erudita, Bai Juyi optó por la sencillez con propósito. No era una simpleza vacía, sino un compromiso ético: quería que su poesía sirviera para educar, emocionar y transformar. Así se convirtió en uno de los poetas más leídos de su tiempo, tanto por el pueblo como por los mandarines.
Una de sus obras más célebres, “El canto del dolor eterno”, narra el trágico amor entre el emperador Xuanzong y su concubina Yang Guifei, cuyo romance desencadenó una crisis política. Bai Juyi, con maestría, transforma el relato en una elegía sobre el deseo, la culpa y la pérdida. El poema se convirtió en un fenómeno cultural: era recitado en salones cortesanos y en plazas públicas. Incluso siglos después, era memorizado por niños y recitado por monjes. La capacidad de Bai para unir historia, emoción y poesía le otorgó una popularidad sin precedentes. Se dice que algunos ancianos lloraban al oírlo, y que incluso inspiró pinturas, obras de teatro y óperas. Era poesía viva, dolorosamente humana.
Como muchos poetas-funcionarios de la dinastía Tang, Bai Juyi sufrió el peso de la política. A los 37 años, tras criticar con dureza la ineficacia del gobierno y denunciar los abusos fiscales que empobrecían al pueblo, fue desterrado a un remoto puesto administrativo en Jiangzhou. Este exilio, lejos de apagar su voz, la agudizó. En sus poemas de esta época se mezclan la melancolía con la crítica social, el paisaje con la reflexión moral. Escribió sobre las dificultades de los campesinos, la belleza humilde del campo, la inutilidad de las guerras. En cierto modo, el exilio lo liberó de las ataduras de la corte y le permitió desarrollar una mirada más profunda y compasiva. Él mismo diría después que sus mejores poemas nacieron en esa soledad forzada.
Pocos poetas chinos han tenido tanta influencia fuera de China como Bai Juyi en Japón. Desde el período Heian (794–1185), su obra fue copiada, estudiada y reverenciada por la aristocracia japonesa. Monjes budistas traducían y meditaban sobre sus poemas, y cortesanos como Sei Shōnagon o Murasaki Shikibu lo citaban como fuente de sabiduría estética y espiritual. En muchas escuelas japonesas, sus textos eran lectura obligada. Incluso hoy, en algunos templos budistas, sus versos se recitan como parte de rituales. Este fenómeno no se debe solo a la belleza de sus palabras, sino a la universalidad de su mensaje: compasión, moderación, lucidez. Bai Juyi fue, sin buscarlo, un puente entre culturas.
En su vejez, Bai Juyi se retiró a una casa llamada Xiangshan, cerca de Luoyang. Allí llevó una vida sencilla, rodeado de bambúes, peonías, caligrafías y amigos íntimos. Pasaba los días leyendo, escribiendo, bebiendo vino y charlando con monjes budistas. A menudo se representaba a sí mismo como un viejo ermitaño sonriente, descalzo y feliz. Esta etapa final fue quizás la más serena de su vida: sus poemas hablan del tiempo que pasa, de la aceptación de la muerte, del valor de lo pequeño. Se volvió más introspectivo, más contemplativo. En su epitafio dejó escrito: “En la vida no hice ningún daño; en la muerte, que mis versos sirvan al mundo”. Una despedida humilde y fiel a su vocación de poeta público.
OBRAS
En el vasto tapiz de la poesía china, pocas figuras brillan tanto como Bai Juyi, una luminaria de la dinastía Tang. Sus versos, elaborados con exquisita sencillez pero profunda perspicacia, han perdurado siglos, resonando entre los lectores de todas las culturas y generaciones. «Poemas de Bai Juyi» ofrece una visión cautivadora de la esencia de su arte, capturando la esencia de la vida, el amor, la naturaleza y la condición humana. La poesía de Bai Juyi encarna una rara mezcla de elegancia y accesibilidad, invitando a los lectores a un mundo donde las emociones fluyen libremente y las verdades se revelan con claridad.
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*
«Trescientos poemas de la dinastía Tang» es, según el consenso de los críticos y los estudiosos chinos, la más difundida, popularizada, comentada, citada y recitada de todas las recopilaciones de poesía china. Desde su aparición ha servido durante dos siglos y medio como fuente de textos de enseñanza para alumnos escolares y estudiantes universitarios. Ha sido objeto de innumerables estudios e investigaciones, constituyendo todo un fenómeno literario permanente en China. Esta edición bilingüe pone al alcance del lector español las obras de poetas como Li Bai, Du Fu, Wang Wei o Bai Juyi, cuyos nombres resuenan en todos los rincones del mundo.
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*