MACBETH

MACBETH

Shakespeare, a través de Macbeth, se ríe de nosotros y de la muerte, que no es más que un juego o un cuento sucio narrado por un necio idiota, versos que utilizaría siglos después William Faulkner en su ya conocida “El Ruido y la Furia”.

Hay muchas contradicciones a la hora de hablar del bardo inglés y, sobre todo, sobre Macbeth. Muchos dicen que la última letra de la obra de teatro que hoy nos ocupa se firmó en 1606, hace la friolera cifra de cuatrocientos diecisiete años. Aunque grabados, en su interior, de las tres brujas, datan de unos cuantos antes.

De hecho, incluso en las acotaciones de Manuel Ángel Conejero, se plantea la hipótesis de que Shakespeare no fuera el autor original de la obra, debido a la mezcla de estilos y a la añadidura de personajes que en el Folio no hubieran estado.

Para poner un punto y seguido a este tema, se ha de añadir que se comprende Macbeth como un resumen de una obra mayor, pues a nuestros días no ha llegado tan bien conservada como otras obras, trasmitidas también por tradición oral y documental, haciendo que el único vestigio de Macbeth sea un Folio del que se duda que pertenezca a la obra original, y sea, por lo tanto, una síntesis de la misma que abarca, de igual manera, una gigantesca obra de arte.

Recomiendo con veleidosa calma pero certera precisión, que elijan la edición de Cátedra, supervisada por el Instituto Shakespeare y dirigida por Manuel Ángel Conejero, en cuya retórica y lucidez se basa para ofrecernos una maravilla versión al alcance de muy pocos expertos.

Como he comentado con anterioridad, hemos de percatarnos, antes de comenzar con el análisis de la obra, que esta se centra en la tragedia de una familia, una pareja en realidad, que se ve rodeada por una serie de temas argumentales centrales a los que se irá adhiriendo y a los que sucumbirá por la acción del destino, de la gravedad argumental y de la debilidad de la carne humana.

Macbeth y Lady Macbeth, personajes ya eternos en el bestiario shakespiriano, son fundamentalmente arquetipos psicológicos que desgrana el bardo, interponiendo su psicoanálisis precoz en un mundo que nunca estuvo preparado para esta locuaz manera de comprenderlo.

Punto culminante de la misma, y al que llegaremos con detenimiento y cuidado, no es otro que la muerte de Lady Macbeth, momento de realización máxima e instante en el que Macbeth comprende el verdadero sentido de la vida; es decir, que no lo posee.

Pero comencemos; tensemos nuestras cuerdas del valor hasta nuestro límite, señores lectores, acompañemos al bardo por el filo de la historia y contemplemos el devenir de los acontecimientos ya escritos y, entonces, no nos podrá negar el destino la victoria, tan ansiada y perseguida por el hombre.

¿De qué trata Macbeth?

No se puede comprender Macbeth sin un elemento onírico vital: las brujas. Estos terribles y temibles espectros son necesarios y predilectos a la hora de plantear la dinámica evolutiva de la obra.

En esencia, se trata de tres mujeres dominadas por Hécate, a la que obedecen con pleitesía, pero que hacen de las suyas cuando el destino, errabundo paisano del paraje axial en la obra, pierde el rumbo y buscan en un enigma irresoluble la mayor de las certezas.

Por ello, las brujas se acercan a Macbeth y a Banquo para, tras una cruenta batalla de la que salen victoriosos y vitoreados, colmarles con las buenas nuevas que se escuchan allá en el más allá, de donde la información procede y donde nunca hombre podrá llegar a pisar.

Como especial amante de Shakespeare que será usted, me gustaría concretar que este análisis, fruto de la subjetividad de mi discurso y de una opinión personal, quizás no tiene en cuenta investigaciones sustanciales ni otras fuentes, sino tan solo mis humildes conocimientos y la interpretación individual de la obra.

Por esta razón, debo rescatar una idea que surge de una lectura paralela a la que he sido sometido por azares del destino. En ella, que no es otro que el preludio de la Tetralogía de Wagner, o sea, El Oro del Rin, se describe con precisión la aparición de tres hermanas que controlan, con sendos hilos las vertientes del pasado, del presente y del futuro de los hombres y los dioses: las Nornas. A las que no hay que confundir con las Moiras, encargadas del hilo vital del individuo.

Estas brujas, o Nornas, se presentarán ante Macbeth y Banquo, reconociendo al primero como Señor de Gladis, Señor de Cawdor y Rey de Escocia, cuando él tan solo ostentaba el primer título. Estas afirmaciones, proviniendo de unos espíritus tan etéreos como las brujas serán fundamentales para el desarrollo de este personaje.

Uno de los primeros conflictos es comprender si la predicción es correcta o  se presenta aquí, por primera vez en la historia, una analogía de la Paradoja del Abuelo. Si vas al pasado y matas a tu abuelo, ¿cómo habrías podido llegar a nacer para viajar al pasado y matarlo? Es decir, el deseo de evitar ese hecho puede provocar la consecución del mismo. Pueden, las brujas, estar manipulando a Macbeth sin saber si esas predicciones llegarán a ser ciertas.

Observamos este detalle cuando, sabedoras de que Banquo posee un varón como hijo, le advierten que será más grande que Macbeth, pero más pequeño, y que será este padre de reyes, pero él nunca gobernará como tal. Como vemos al final de la obra, aquí no acertaron demasiado .

Para pasar a otro de los temas fundamentales de la obra, es necesario que conozcamos el caos imperante en la misma.

El caos, el equilibrio y el desorden, serán engranajes claves para la puesta en escena de los personajes y se recurrirá, en muchas ocasiones, a esta premisa para hacerle llegar a una contradicción a Macbeth, pensando este que se encuentra desubicado y que nada tiene mucho sentido, tal y como ocurre al final, cuando apenas ve importante que su mujer haya perecido ante la enfermedad.

«LO FEO ES BELLO Y FEO TODO LO QUE ES BELLO»

La fecha de composición de «Macbeth» puede fijarse con bastante certeza en la segunda mitad del año 1606; como en otros de sus dramas históricos, Shakespeare se sirvió de antiguas crónicas y es posible que la elección del tema estuviese determinada por el interés que Jacobo I sentía en aquel momento por las cuestiones genealógicas de la familia Estuardo y por los fenómenos de brujería. En una tragedia en que no cabe duda sobre dónde se sitúa el bien y dónde el mal, el extraordinario genio de Shakespeare logra que lady Macbeth sea algo más que un personaje perverso. 

***Recuerda que esta página no hace apología de ninguna religión y que tan solo recomendamos libros por su contenido histórico y cultural. 

Y no será la única referencia a este sentimiento, cuya estructura la encontraremos reflejada en varios personajes. Más concretamente en las brujas, y en Macbeth y Lady Macbeth, a los que la codicia contagiará hasta su máxima expresión.

 

Los caballeros, entonces, no dan demasiado crédito a las brujas, a las que tachan de espíritus confusos que apenas han tenido oportunidad de comprender su vagar por el mundo. Pero un mensajero llega con buenas nuevas. Comunica, a los señores, que el hombre que poseía el título antes citado de señor de Cawdor, ha traicionado al reino y debe ser sustituido por Macbeth, heredando este su título.

 

Pero observamos también una preciosa comparativa entre este hombre, quien desea traicionar a la corona por su propia ambición y Macbeth, que heredará no solo su título sino también su soberbia y su futuro, decapitado al final de la obra, tal y como le ocurrirá al otrora señor de Cawdor.

 

Es entonces, cuando Banquo ve que las profecías pueden cumplirse, cunado alienta a Macbeth a pensar en una batalla y una victoria aún mayor, persiguiendo el sueño de reyes y conquistando Escocia para los hombres como él.

«NO HE VISTO UN DÍA TAN HERMOSO Y CRUEL»

Al final, Macbeth entra de nuevo en una sencilla contradicción que nos genera caos en la lectura y simpatía con el personaje, perdido en su ensoñación y en su lisonjera imaginación. Comienza, en ese momento, el plan de Macbeth para sustituir a su gobernante, el magnánimo Duncan quien a todos encandila con su paciencia y diligencia.

 

Pero Macbeth, percatándose ya de que el camino sería arduo complicado, observa las brechas frente a él han debido de abrirse y conoce, de la mano del rey, que Malcolm será su legítimo heredero y que, si desea subir al trono, no cabe recurso ni espera; habrá de asesinar, por lo tanto, al rey Duncan y a sus hijos.

“Venid a mí puesto que presidís los pensamientos de una muerte arrancadme mi sexo y llenadme de todo de pies a cabeza con la más espantosa crueldad”

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Es un poco antes en la novela, cuando aparece uno de los personajes con más fuerza de la literatura; Lady Macbeth, que comenzará airada y perversamente vengativa, irá perdiendo fuelle a medida que la obra se desarrolla, y es una lástima, pues observamos prematuramente la muerte de una mujer, casi carcomida por la putrefacción personal al sentirse vilipendiada por el sentimiento de ambición.

 

Pero no hemos llegado a eso, aún. Lady Macbeth, que deja a un lado todo lo que alguna vez preocupó a mujer, reniega de su sexo y de su feminidad, para abrazar el trono, apostándolo todo por él. Casi nos recuerda a Alberich, el nibelungo malvado que renunció al amor por un puñado de oro y al que luego engañaron los dioses para ofrecer el anillo a Fafner.

 

Se trata este de un momento verdaderamente crucial en el seno del desarrollo argumental. Macbeth comprende que su esposa está poseída por la traición, y ella no cede en su empeño de intentar convencer a Macbeth que Duncan no debe llegar a salir nunca de ese castillo, hallando la muerte en el onírico descanso.

«¿Estaba ebria la esperanza, o se despierta ahora, verde y pálida, a la que miró tan arrogante?»

La simbología es un recurso fundamental del autor inglés, y se ve precisamente en estas líneas, donde Lady Macbeth intenta abrir los ojos a su marido, haciéndole comprender que la esperanza ya se ha terminado, acudiendo al color verde, representativo simbólicamente de ella, para que comprenda que, aunque no lo desee, las Nornas hablaron y el camino ya está pautado.

 

El idiota que narra la historia  no lo ha dejado al azar y todos seguiremos el mismo camino. Acudimos, como una reminiscencia del pasado, a la inscripción que Chejov tenía en su reloj de bolsillo, y que tan bien podemos implementar a nuestra obra:

“MANET OMNES UNA NOX – A todos nos espera por igual la noche”

Para no extendernos demasiado en la interpretación de la obra, señalaremos lo que ocurre a continuación de forma superficial y deteniéndonos en aspectos fundamentales, como eternas frases que ya han pasado a la historia de la dramaturgia.

 

Lady Macbeth idea un plan para asesinar a Duncan y Macbeth, cada vez menos convencido está a punto de dar por finalizado el intento de asesinato sin que llegue a nada más, pero las tretas dialécticas de Lady son superiores a la fuerza de voluntad del protagonista, abandonando este su condición de hombre, tal y como dice a continuación:

«Tengo el valor que cualquier hombre tiene, y no es un hombre el que se atreve a más«.

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Qué delicia de palabras nos ofrece el bardo para hacernos una idea del sufrimiento del pobre Macbeth que manipulado por todas las mujeres a su alrededor, se ha visto envuelto en una amalgama de episodios que pocos podrían soportar.

 

Consigue al fin, su esposa, convencerle de que entre en la habitación de Duncan y lo asesine, alegando esta que, le gustaría poder hacerlo ella misma pero que sus ronquidos y su forma de dormir le recuerdan a su propio padre.

 

Otro puntito para el psicoanálisis de Freud. “Matar al Padre”, una etapa en la que los adolescentes se ven obligados a enfrentarse a su padre y a  condicionar su conducta en pos el conflicto paterno filial, hallando el padre en el niño casi un sustituto del mismo en la familia y viendo el niño su futuro condicionado por la figura de autoridad.

 

Quizás Lady Macbeth aún no había trasgredido el estadio concreto y no era capaz, aún de enfrentarse al padre.

“Tensa las cuerdas de tu valor hasta su límite, y no fallaremos”.

Macbeth asesina a Duncan y luego incrimina a los soldados que custodiaban su sueño, a los que asesina tras un ataque de rabia premeditado, deshaciéndose de los posibles cabos sueltos.

 

Y aquí ocurre algo predilecto para Shakespeare: la culpa, los fantasmas, el recuerdo del error, el arrepentimiento y el reproche continuo a uno mismo.  Macbeth comienza  a ver cómo sus manos están manchadas de sangre, con gotas eternas que nunca han de abandonarle, dato que resultará de gran importancia más adelante.

 

Por su parte, Lady Macbeth apenas está disgustada y compungida y su entereza contrasta con el avance de su personaje. Lo ven de nuevo, ¿verdad? Caos, desequilibrio y desorden. Al comienzo Lady Macbeth tenía el control de la situación, al final, pierde toda su humanidad y se ve hasta desprovista de la vida.

 

Tal ha llegado a ser su grado de culpabilidad que la pudre por dentro, haciendo que se marchite desde el momento en el que el evento canónico ocurrió, es decir, que se soltó del árbol al planear la muerte de Duncan y, desde ese momento, la vitalidad la va abandonando durante el trascurso de la obra.

“Antes, mi mano teñirá de rojo todos los mares infinitos cubriendo el verde de escarlata”.

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La evolución de Macbeth se está llevando a cabo, también, puesto que al comienzo, su personalidad, más hastiada, cansada e introvertida le alejaba de la posibilidad real. Ahora, con seguridad, aunque perseguido por ese fantasma de manos rojas que fue él mismo al acabar con la vida de su rey, pretende convencer a todos de que será rey, y de que sus manos habrán de teñir el verde mar (color esperanza) del sanguinolento escarlata.

Ahora, que es rey de Escocia y que las profecías se han cumplido, solo resta que la última también haya de cumplirse: Banquo será padre de reyes. Y es aquí donde la maldad de las brujas vuelve a ofrecer espectáculo ¿Por qué ha Macbeth de preocuparse por los hijos de Banquo? ¿Habría Banquo de aspirar al mismo trono que él, o sus hijos a matar a Macbeth para recuperar el trono  que las brujas le ofrecieron?

No. No tendría por qué. Pero la ansiedad, que hoy en día comprendo; la insensatez y la vacuidad del tiempo provoca en Macbeth un sentimiento de inseguridad que debe calmar con la muerte de Banquo y sus hijos, aunque, más turbado por sus manos manchadas, se queja en innumerables ocasiones sobre lo sucio de este juego y sus consecuencias. Consecuencias que luego veremos.

Después de matar a Banquo y aunque su hijo escape, decide acabar con la vida de los nobles que, a su alrededor, han comenzado a desconfiar del monarca. Lady Macduff realiza una exhortación que bien merece la pena sacar a relucir en este análisis:

Incluso el pobre reyezuelo, el más pequeño entre los pájaros, defiende las crías de su nido contra la lechuza, y todo es miedo y nada queda ya del amor y poca es la prudencia cuando el vuelo contra la razón así se levanta.

 

Y me recuerda, inevitablemente, al grabado de Goya “El Sueño de la razón me produce monstruos, recurriendo a la sensible verdad del que posee la cruel razón. Lady Macduff y su hijo mueren, aunque Macduff habrá de vengarse, siendo él, quien fue arrancado del útero de su madre sin pasar por la vagina, predicción que veremos más adelante, el que decapite al rey traidor.

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Macbeth, preocupado por su destino, pregunta a las Nornas sobre la fugacidad de su reinado y estas responden con tres profecías.

 

Habrá de morir cuando el bosque se levante contra él y cuando haya de enfrentarse a hombre no nacido de mujer. La tercera predicción aún no la comprendo, pues trata sobre la posible estirpe de Banquo, quien no materializa su reinado nunca ni sus hijos llegan a sentirlo jamás. 

 

Volvamos, por lo tanto a la novela, sin olvidarnos del arte, pues será importante más adelante. Lady Macbeth es tratada por una doncella y por un médico, quienes reconocen la terrible enfermedad de la locura en sus manos pues, allí donde ellos no ven nada, un trastorno mental fuerza a Lady Macbeth a frotarse las manos con obstinación y obcecación.

 

Hemos de recuperar el cuadro de un romántico enamorado de la obra de Shakespeare, Henry Fussli, quien representa la escena con Lady Macbeth en el centro, sujetando una antorcha y poseída por el espíritu de la culpabilidad mientras, con pánico, el doctor y la doncella escuchan las lamentaciones y los delirios de Lady Macbeth, confesando los crímenes que ha cometido.

 

Y aunque ella mantiene su verdad, su Late Motiv, pues argumenta que “Lo hecho ya está hecho”, no puede luchar contra el asqueroso sentimiento de tener las manos repletas de sangre de otro.

 

Finalmente, y durante el asedio al castillo de Macbeth por parte de Macduff y Malcolm, legítimo dueño del reino por ser hijo de Duncan, Lady Macbeth fallece a causa de su enfermedad y Macbeth comprende la belleza y el sinsentido de la vida, ofreciéndonos uno de los monólogos más lúcidos de la historia:

Mañana, mañana, mañana: //Se desliza, paso a paso, día a día hasta la sílaba final con que el tiempo se escribe// Todo nuestro ayer iluminó a los necios// La senda de cenizas de la muerte. Extínguete, fugaz antorcha// La vida es una sombra, tan solo, que transcurre. Un actor // que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído// Es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia // y que nada significa.

¡Oh…! ¡Cuánto dolor! ¿Qué más da que Lady Macbeth hubiera muerto ayer u hoy, si nada importa ya y todos caminaremos la senda marcada por las cenizas de los difuntos, camino que recorrieron antes que nosotros y que, sin duda, nunca podremos alterar?

 

La guerra, ya finalizada, ha de concluir con la muerte del rey a manos de MAcduff, para llevar a cabo su justa venganza y devolver el trono a Malcolm, de quien en algún momento sospechamos que pudiera ser hijo de Banquo, pero de lo que no tenemos pruebas.

 

Y el futuro se cumplió, al menos en parte, y las Nornas acertaron, al menos en parte, y la muert triunfó, pues la vida es esa lucha perdida, ese peaje que hemos de abonar en algún momento. El estipendio a la parca que nos ofreció la vida a cambio de nada, para serle devuelva y gastada, humillada y defenestrada; malgastada y pútridamente vapuleada por nuestras acciones.

 

Y mañana, mañana y mañana, no importarán nuestros actos ni nuestras decisiones, pues todas ellas apenas iluminarán, con su aparente destello actual, las caras de los necios del mañana, fútiles descendientes de un pasado glorioso que nada importa.

 

La llama de esta obra se apaga, y la sombra que proyecta la misma sobre la pared nos devuelve verdad; una majestuosa verdad que no deseamos conocer. Sus sibilino danzar nos conduce a la muerte, a la oscuridad y a la confusión, al desequilibrio y al caos, a la ambición y a la muerte, al olvido y a la indiferencia. En definitiva, al ruido y a la furia, que nada significa.

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