LA MARCHA RADETZKY
LA MARCHA RADETZKY
Es muy sencillo que de mi boca salgan palabras halagüeñas y cariñosas para la Marcha Radetzky, pues durante mi más tierna infancia fue una de las músicas de cabecera y, más hacia la juventud, fue parte fundamental de los inicios de ciclo, donde bailaba en su partitura junto a mi madre, las notas que nos transmitía la televisión del salón, retransmitiendo el predilecto concierto de año nuevo que nos unía, en un vínculo inmaterial y que es, a día de hoy, irrompible.
Pero me hace estremecer, más si cabe, esas notas cuando rememoro mi viaje a Viena, junto a mi madre y a mi hermano, mientras me documentaba para un libro que espero publicar en breves y no llegar a leer esta entrada dentro de diez años para comprobar que mi ideal se convirtió en un sueño frustrado, y recuerdo cómo visitamos el Musikverein y asistimos en primera persona a la interpretación de la Marcha Radetzky, que tantas veces habíamos bailado en el salón de mi hogar.
Por todo ello, y por un descubrimiento fatuo que me hizo toparme con este libro, decidí que era momento de dedicarle el tiempo que fuera necesario y embarcarme, gracias a un regalo muy personal del amor de mi vida, en la lectura de La Marcha Radetzky, por Joseph Roth
¿De qué trata La Marcha Radeztky?
Como siempre, y descuide el lector de estas líneas por mi intrincado vocabulario y mi manera de zigzaguear entre las tramas argumentales para eliminar de mi narrativa el temido Spoiler, trataré de navegar entre la parsimoniosa historia y el intempestivo simbolismo que me lega este libro que cayó en mis manos como por arte de magia.
Lejos de los pensamientos primigenios que me hicieron empezar La Marcha Radetzky, y creyendo encontrarme con la historia de su origen, el desarrollo de la trama nos presenta a la familia Trotta, que, con el abuelo original, nos hace entender que la época, en pleno siglo XIX, era convulsa y terroríficamente bélica.
La sociedad austriaca, con Francisco José al frente del país, gozaba de un gran esplendor y, en la batalla de Solferino, una bala, que en realidad se dirigía al emperador, choca contra el hombro del Sr. de Trotta, significando este hecho un cambio sustancial y un importante punto de partida para la historia de sus descendientes. Y es que resulta muy cierta aquella frase que resulta de mis elucubraciones nocturnas: somos el pasado de nuestra descendencia.
Quédense ustedes con ese lema, pues será fundamental a la hora de desarrollar el tema principal del libro y el hilo argumental que nos presenta la historia.
Antes de comenzar, es necesario avisar al lector de que, en esta novela, ya existe La Marcha Radetzky, y Johann Strauss Padre ya la había compuesto para el famoso general, atribuyéndose el mérito de crear una melodía que, siempre que un alto mando se presentase o la fuerza y el carisma de un cargo superior precisase del cumplimiento del deber y de la herencia más prolífica, allí debía encontrarse también la Marcha Radetzky.
Y así lo hace en momentos clave de la novela, donde suena con ella en multitud de ocasiones el tenue tañido de las campanas de la muerte.
«Trotta tenía la sensación de que había cambiado su propia vida por otra, nueva y extraña».
Joseph Roth
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Al salvar la vida el emperador Francisco José, en aquella batalla de Solferino, cuando este apenas disfrutaba de su vigésimo noveno cumpleaños, dotó al abuelo de la familia de una angustiosa sensación de pesadez universal. Su carga, sería compartida por su descendencia, que se vería recompensada con el poder de su valía pero maldita con la ansiedad de la complacencia eterna.
De su presentación, pasamos a la presentación del hijo, Franz de Trotta, que trae a un amigo suyo a casa y este, que es pintor, realiza un retrato del propio abuelo, el famosísimo Héroe de Solferino, que consiguió traer la paz al imperio. Ese retrato es lo único que prevalece una vez el abuelo abandona la escena, cual actor y su mutis por el foro, y fallece por causas naturales.
Durante toda su vida, Franz de Trotta vive con la convicción de que ha de cumplir con su obligación y mantener el nombre de la familia a la altura, pero eliminando de su carácter la melancolía bélica que caracterizaba a su padre.
Por ello, decide ser funcionario, y su hijo, el sobrino del Héroe de Solferino y protagonista de la Marcha Radetzky, recibe las instrucciones precisas para complacer a su padre, construyendo así una fina pero irrompible red de seguridad amparada en aquel episodio en Solferino que otorga a los Trotta una oportunidad en el mundo austricado del siglo XIX y XX
«De joven también me habría gustado ser soldado. Tu abuelo me lo prohibió categóricamente. Ahora estoy contento de que no seas funcionario».
Joseph Roth
OTRAS OBRAS DE ROTH
«Alemania está muerta. Para nosotros, está muerta Ha sido un sueño. ¡Véalo de una vez, por favor!». De esta manera se dirige Joseph Roth a su gran amigo Stefan Zweig, con quien mantuvo una singular y reveladora orrespondencia que les permitió compartir intereses literarios, afinidades intelectuales, consejos personales y confesiones sentimentales. Roth, perspicaz y obsesivo, supo ver desde el principio el destino que le esperaba con el ascenso del nacionalsocialismo y se exilió, mientras que Zweig intentó denodadamentey en vanotransigir, hasta convencerse de que debía emigrar.
***Recuerda que esta página no hace apología de ninguna religión y que tan solo recomendamos libros por su contenido histórico y cultural.
La extraordinaria maestría de Joseph Roth se manifiesta en esta novela con especial lirismo y vigor. La historia de Mendel Singer, que abandona a un hijo tullido en su aldea natal para partir con el resto de su familia a América, sirve a Roth para retomar con sutileza la historia de Job y sus infortunios, la pérdida de la fe y la experiencia del sufrimiento. El antiguo y familiar libro bíblico adquiere, en esta elaboración contemporánea, nueva e inesperada fuerza. Cuando fue publicado en 1930, representó el primer gran éxito para su autor, consagrándolo como uno de los más grandes escritores de su tiempo.
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El protagonista de «La Cripta de los Capuchinos», heredero de una familia de orígenes humildes ennoblecida por Francisco José, describe su vida en la Viena deslumbrante en los albores de la Primera Guerra Mundial. A los últimos estertores del imperio de los Habsburgo siguen los días trágicos de la guerra y de una postguerra gris y violenta. Antes de que los nazis entren en Viena, el joven Trotta, símbolo de un mundo en declive, baja a la cripta a la que alude el título de la novela, el panteón imperial austríaco, donde confesará su fracaso.
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Resulta terrible como las expectativas personales pueden influir en el desarrollo de una persona valerosa. Mientras el abuelo, que prohibía al hijo ser soldado, estaba intentando salvar a su descendencia de la carga que supone mantener su estatus y el nombre de la familia, este deseaba despuntar sobre su padre y conseguir ser digno del apellido y este, que a su vez había conseguido convertirse en un importante funcionario, impulsaba a su hijo a ser soldado y a olvidarse de la administración pública.
Pero el nieto del Héroe de Solferino no daba su brazo a torcer, pues tenía que vivir con la eterna mirada del retrato del abuelo, que estudiaba su esfuerzo y su disposición a la victoria y al cumplimiento del deber.
Este personaje, que se nos hace querido y amado, es representado por un joven altanero que de mujer en mujer se embarca en un problema tras otro. Esta ineptitud e irresponsabilidad que acompaña a la juventud es muy precisa en Trotta, que enfrascado en su misión en el ejército y en su ambulante paseo por todo el país, conoce a innumerables secundarios que cambiarán su percepción de la vida.
Me gusta ir bajo la lluvia, papá -pero, en realidad, quería decir. Que sea el camino largo, muy largo, por donde vayan mis pasos. Cuando ella todavía vivía, quizás entonces debería haber tomado un coche.
Joseph Roth
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La señora Slama, casada, que significó tanto para él, hoy no era más que el recuerdo del que el tiempo pasado ya nunca volvería y que el amor que sintió por ella debió ser aprovechado y no vilipendiado por esa sensación de pertenencia eterna.
¡Qué poderosas palabras y cómo, un simple gesto como una puerta abierta o cerrada puede cambiar nuestra percepción de la vida. La señora Slama había fallecido al dar a luz, y él , se había quedado solo de nuevo, con la única compañía de la inmensa carga familiar.
Este libro no es sino una voraz crítica a las vidas perdidas en el ejército, alimentando esta semblanza a la opinión y análisis que mereció El Desierto de los Tártaros, de Dino Buzzatti, que también dirige sus prerrogativas a la estupidez que supone ser expoliado de ilusiones por parte del ejército mayor.
De esta manera, muchos personajes acudían a su armario para observar el uniforme de su familiar fallecido y, cada vez que lo contemplaban, no veían más que su cadáver.
Aparece entonces el médico, figura importante en la vida de Trotta, que en una de sus estancias en la ciudad, acude a Trotta para vagar con él por el cementerio, dando sentido a la fuerte emoción que sobre nuestras espaldas pesa.
«Hay tantos muertos, ¿no te das cuenta tú también de que vivimos de los muertos?»
Joseph Roth
En pleno fragor de la batalla de Solferino, que en 1859 marcó para el imperio austro-húngaro el comienzo de la pérdida de sus territorios italianos, el teniente Trotta salva inesperadamente la vida del emperador Francisco José. A partir de entonces el destino de la ennoblecida familia von Trotta -cuyos avatares narra esta novela- parece quedar irrevocablemente ligado al de la dinastía reinante y su declive, que correrá paralelo a lo largo de tres generaciones.
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Haciendo una inmutable referencia a la obligación por mantener el legado. Esta palabra es fundamental, pues somos el pasado de nuestra descendencia y, su presente, depende de nuestros actos.
El médico se bate en un absurdo duelo con otro compañero del ejército al verse rodeado por un rumor sobre la infidelidad de su esposa con el teniente Trotta, que se vió salpicado de esta treta y acabó manchado de sangre.
Tanto el médico, movido por su interés y por su orgullo, como el otro soldado, mueren en el duelo y ambos pierden lo único que remanía en ellos, la dignidad.
Llega el momento de inflexión: la Gran Guerra, y se hacen una serie de referencias a la sensación mundial de importancia personal. Antes, todo cuanto crecía precisaba de un tiempo y esto, era valorado por sus creadores y por los consumidores, pero eso era antes de que nacer o morir no importase nada, pues la Gran Guerra dio un valor a este momento que cambió el rumbo del planeta.
En ese sentido, Roth no se separaba mucho del paradigma actual, pues bebemos del mismo vaso de sabiduría y somos conscientes de la importancia de la instantaneidad. Antes de abandonar la ciudad, descubre un paquete en su habitación con las anotaciones del médico muerto líneas atrás.
Le lega, por su afectuosa condición de amigo, su sable y su reloj de bolsillo para que haga un buen uso de él. Quizás estas sean metáforas del tiempo, del Carpe Diem y de la muerte estúpida que a ambos les rodeará. Añade a ese regalo unas palabras de aliento:
«Que vivas bien, y que seas libre» Y acuérdate de que tienes que vivir.
Joseph Roth
La novela se convirtió en un hito de la literatura del siglo xx, por su genial escrutinio de los dos grandes pilares del Imperio ―el ejército y la administración― y su crónica de una larga decadencia que, inadvertida para la vida reglamentada de sus protagonistas, conduce a la Primera Guerra Mundial. Mientras la Marcha Radetzky suena en ceremonias, tabernas y burdeles y todos los símbolos del Imperio parecen tener vida propia, se extienden los nacionalismos y los movimientos revolucionarios
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El tiempo no descansa, y prueba de ello es la presencia del deterioro humano y de la muerte en nuestras finitas experiencias terrenales. Aparece la figura de Jaques, el mayordomo del señor Trotta, hijo del Héroe de Solferino y padre de Joseph Trotta, nuestro protagonista.
El hombre, al que bautizaron como Jaques en dicho puesto de trabajo, fallece y con él, se elimina el presente de la vida del padre, que observa cómo el legado va desapareciendo y el mayordomo, que era su última conexión con el héroe de Solferino, acerca la posibilidad de que el final del camino sea más inmediato. El legado, con la muerte de Jaques, se ve dañado.
Tanto es así, que conforme avanza la historia, el funcionario, el padre de Joseph, se encuentra con varios personajes que hablan sobre el emperador, una figura ignota pero celestial, como si ya estuviera muerto, significando con ello, que la persona que salvó su vida también lo estaba, aunque hubiera acontecido años atrás, y que nada de lo que había hecho importaba ya.
Y aquí había de añadir algo sustancialmente importante, y es que si ya de por sí es complejo continuar y mantener el legado de una familia, ¿cómo se sentiría Trotta cuando conociese la muerte del Emperador Francisco José, último vínculo con su pasado, y baluarte definitivo del actor valeroso que realizó su padre?
Es decir, el abuelo salvó la vida del emperador y eso cambió la historia. Una vez muerto el emperador décadas después, nada de lo que hubiera hecho el abuelo Trotta hubiera importado y el legado que durante años debía ser mantenido caería en la más absoluta miseria, siendo esta una crítica voraz al paso del tiempo y a la melancolía con la que los humanos nos tomamos el devenir de los acontecimientos. En definitiva, nada importa.
Pero Joseph, el protagonista y nieto del Héroe, seguía defendiendo a la patria en el ejército y conforme la Gran Guerra se acercaba, más sentido recibía de su legado, pues no hay mayor honor para un soldado que ir a la guerra.
«Era la guerra para la cual se había estado preparando desde que tenía siete años. Era la guerra, la guerra del nieto. Volvían los días y los héroes de Solferino».
Joseph Roth
La Marcha Radetzky sonaba en el campo de batalla y Joseph Trotta se sentía pletórico pues comprendía que, al fin, cumpliría con su propósito vital.
Pero mientras realizaba un absurdo movimiento desprovisto de cuidado y de sentido, una bala atravesó su cabeza cuando intentaba transportar unos calderos repletos de agua. Se despidió del incongruente e injusto mundo con un pensamiento que había repetido en varias ocasiones a lo largo de la narración.
Y de esa manera, al igual que el médico, perdió su dignidad, pues luchó contra el destino cuando desconocía si este habñia urdido algún tipo de plan contra él. Los seres humanos, máquinas desprovistas de significado, poseemos moral y sensibilidad, lo que nos diferencia de los otros animales y, por tanto, nos somete a la maldición de la reminiscencia.
Joseph Trotta murió como muchos otros, enfrascado en una causa perdida con la que ni siquiera compartía ideales y valores, y su esfuerzo, fue inútil e insignificante.
El padre, meses después, pues siguió vivo un tiempo, habló con una de las mujeres con las que había tenido problemas Joseph y nos deja una frase para el recuerdo y que cierra con magistral maestría una obra prácticamente redonda.
Qué poca importancia le damos al estar vivo y cómo nublan nuestros sentidos los quehaceres mediocres que obnubilan nuestro criterio.
El padre, al que tantos disgustos había dado Josph Trotta en vida, reclamaba de nuevo a su hijo muerto, pues sabía que entonces, tal y como el joven hubiera cogido el coche para ir a visitar a su amada al comienzo de la obra para disfrutar más de un tiempo perdido, él habría abrazado a su hijo, perdiéndose en la inmensidad de la felicidad familiar que tanto añoraba ahora.
La guerra, el legado, y las responsbilidades, son el pasado de un error y, como tal, estamos obligados a suprimirlos de nuestras vidas. Somos el pasado de nuestra descendencia, pero aprovechemos el presente y, tal y como dijo Goethe, no te olvides, «acuérdate de que tienes que vivir».