EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS

EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS

Hay novelas que llegan a la mano del lector como un halo de novedad, de esperanza y de continua creatividad haciendo que de ella se desprendan pedazos mortecinos de una perenne vitalidad que atesoras y aprovechas, repudiando el hastío y devolviendo a tu espíritu lo que otras lecturas soporíferas te habían extirpado.

Por otra parte, existen los libros que son anodinos, que transmiten un tedio aburrido y que te invitan a dejar de leer en cualquier momento, arrebatándote la ilusión y mirando hacia la librería de tu habitación sin pretender que ese lugar que entendías colmado de vitalidad ahora albergue un título tan vacío.

En el punto intermedio se encuentran esos libros que, aun siendo interesantes, divertidos, amenos y conclusivos, pues su vertiente dinámica te incita a seguir leyendo, a descubrir al asesino, a desmontar la trama que han creado para ti y, meses después, cuando vuelven a tu memoria los indicios de una lectura ya lejana, recuerdas pequeños destellos de alegría mientras disfrutabas de su lectura pero te pierdes entre los nombres de los personajes y lo que ellos significaban para ti.

En ninguna de estas clasificaciones se encuentra El Desierto de los Tártaros, de Dino Buzzati.

La novela, encajonada dentro de la narrativa, no es anodina, aunque peca de aburrida y densa en algunos pasajes, no banal, aunque se desvía de la trama para hacernos llegar testimonios entre los que me he perdido como lector, y no es interactiva como lo puede ser una sencilla novela negra. El Desierto de los Tártaros, no es más que una metáfora de la vida y una lucha constante por determinar el mejor camino para vivirla.

Aquí comienza esta corta reseña, de una novela en la que poco podré ahondar, pues me ha resultado un tanto superficial. Aquí empieza el análisis de El Desierto de los Tártaros.

¿De qué trata El Desierto de Los Tártaros?

La historia del oficial Giovanni Drogo, destinado a una fortaleza fronteriza sobre la que pende una amenaza aplazada e inconcreta, pero obsesivamente presente, se halla cargada de resonancias que la conectan con algunos de los más hondos problemas de la existencia, como la seguridad como valor contrapuesto a la libertad, la progresiva resignación ante el estrechamiento de las posibilidades vitales de realización, o la frustración de las expectativas de hechos excepcionales que cambien el sentido de la existencia.

***Recuerda que esta página no hace apología de ninguna religión y que tan solo recomendamos libros por su contenido histórico y cultural. 

Los Tártaros no existen. Tampoco lo hace Drogo, ni Ortiz, ni Matti, ni ningún otro de los personajes de la novela. Así como tampoco lo hace Daniel, el escritor que aquí determina su existencialismo y su solipsismo más severo, ni tampoco el lector de estas líneas, que pretende ser el protagonista de su propia historia cuando no ocupa sino el papel secundario entre los personajes de otras millones de vidas.

Drogo es una proyección del pensamiento crítico y analítico de Buzzati, que, enfurecido, vuelca su ira contra el avance del tiempo y contra el ejército, diana central de los desconsuelos del autor, que amenazan la paz espiritual de Drogo y que no es más que una simple metáfora de cualquier otra lucha axial sobre la que volcamos toda nuestra existencia.

 

Drogo llega, viviendo en un paralelismo continuo a la fortaleza Bastiani, encontrándose con un oficial de un rango superior al que encuentra entrado en años y alejado de la juventud en la que él se desenvuelve. Es bellísimo comprender, tas finalizar el libro, que ese hombre maduro que es Ortiz, un día fue tan bisoño como lo era ahora Giovani Drogo. Y Drogo, que contempla cómo su infancia se pierde, emprende el viaje hasta el infinito de su nueva morada, donde en lugar de permanecer cuatro meses, avanza el temible reloj de la memoria hasta su zénit final, encontrándose con casi cincuenta años y perdido en el olvido del recuerdo.

 

Hay un pasaje más que memorable sobre esa sensación vital que es la infancia y que me gustaría recuperar de las reflexiones de Buzzati

“Hasta entonces había avanzado por la despreocupada edad de la primera juventud un camino que de niño parece infinito, por el que los años discurren lentos y con paso ligero de modo que nadie nota su marcha. Se camina plácidamente mirando con curiosidad alrededor, no hay ninguna necesidad de apresurarse. Nadie nos hostiga por detrás y nadie nos espera. También los compañeros avanzan sin aprensiones parándose a menudo a bromear. En las casas, en las puertas, las personas mayores saludan benignas y hacen gestos indicando el horizonte con sonrisas de inteligencia. Así el corazón empieza a latir con heroicos y tiernos deseos, se saborea la víspera de las cosas maravillosas que se esperan más adelante, aún no se ven, no, pero es seguro, absolutamente seguro, que un día llegaremos a ellas.”

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Drogo evoluciona y en este punto del camino se producen los acontecimientos más interesantes en relación a la trama. Aparece un caballo en el desierto de los Tártaros, las sombras llegan a los confines de la fortaleza y hacen saltar las alarmas de muchos, intima con los soldados de la misma para crear una complicidad que todo el mundo envidia y resulta ser una mitigada sensación de traición perpetua entre compañeros eternos.

 

La sensación de vitalidad que intenta demostrar Drogo no es sino un destello de madurez y de esperanza, una cuestión muy repetida dentro de los libros clásicos y, en especial, en este de Buzzati. La esperanza de la gloria, sentirse importante y alcanzar un objetivo antes de morir. Ese es el motivo por el que los Tártaros son tan deseados en la sociedad de la fortaleza. El hastío de toda una vida, que representa el tedio de los soldados, no es sino una metáfora de la cotidianeidad de nuestras vidas, siempre deseando que el momento de esplendor ocurra y se produzca, con inmediatez el maravilloso salto a la fama y la corrección de todos los errores presentados durante el camino.

 

Pero los tártaros no llegan y Drogo vuelve a casa después de cuatro años, convencido de que la vida ha cambiado por completo y que tanto su madre, como sus compañeros, como María, una mujer que le atraía entonces y que ahora desprecia, ya no son los mismos. Hasta su habitación, que era de su propiedad, parece, aunque impoluta desde su marcha, de otro.

En ese sentido, rescatamos, párrafos después, la siguiente reflexión de Buzzati:

“Oirá el latido del tiempo escandir ávidamente la vida. A las ventanas ya no se asomarán risueñas figuras, sino rostros inmóviles e indiferentes y si él pregunta cuánto camino queda ellos señalarán de nuevo al horizonte, sí, pero sin ninguna bondad ni alegría. Mientras tanto los compañeros se perderán de vista, algunos se quedará atrás agotados, otro ha escapado delante ahora, ya no es sino un minúsculo punto en el horizonte. Detrás de aquel río, diez kilómetros más y habrás llegado. Pero nunca se acaba los días, se hacen más breves cada vez los compañeros de viaje, más escasos. En las ventanas hay apáticas figuras pálidas que sacuden la cabeza hasta que drogo se quede completamente solo y aparezca en el horizonte la franja de un inmerso mar azul de color plomo.”

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Pero Drogo ya estará imbuido por las corrientes del destino, que llamarán a su puerta para hacerle comprender cuánto ha cambiado tras su marcha, que la prisión en la que se encuentra, la Fortaleza Bastiani, es un vórtice que le atrapa y le llama desde la lejanía del horizonte.

Después de ese servicio que creía concluido se produce, a parecer del humilde escritor que os envía estas líneas, la voraz crítica que destruye el entramado servicial y de hermandad que supone el ejército.

La eterna amistad que une a los compatriotas, la servidumbre hacia un estado mayor y la lealtad es equiparable al hecho de conocer de primera mano las personalidades de los personajes descritos en la novela. Su singularidad llamará la atención del lector, pero comprenderá gracias a ellas la cohesión que existe entre los soldados de la fortaleza Bastiani.

Todo eso cae en el olvido cuando la amistad es apartada a un lado en beneficio de la libertad y los que antes eran considerados como hermanos, ahora apuñalan a Drogo por la espalda, sumiéndolo en una profunda crisis que lo devuelve al corazón de la fortaleza, donde pasará los siguientes veinticinco años. El ejército, que promueve por lo tanto la vigorosa fraternidad, y que espera con deleite un enemigo con el que luchar para reafirmar su utilidad, no es sino el instrumento más inservible de la era moderna y una vasta colmena en la que no existen zánganos hermanos que puedan ayudarse los unos a los otros.

 

Drogo es devuelto al mundo de los vivos cuando, tras tantas esperas, aparecen los Tártaros, y el ejército cobra sentido de nuevo. Pero es apartado debido a una enfermedad y exiliado a la ciudad donde deberá recuperar su fortaleza vital. Allí, sumido en una indigna depresión, rememora los momentos de una vida que atestigua vacía y perdida, pues comprende que ha dedicado su existencia a la esperanza y a la oportunidad de que los Tártaros apareciesen, siendo esta una bella metáfora sobre las causas perdidas que intentamos ganar y por las que sacrificamos todo lo que encontramos necesario a nuestro alrededor.

 

El tiempo ha pasado y Drogo se encuentra en la edad madura, y rescatamos este testimonio de Buzzati que nos recuerda a lo que una vez Drogo sintió al ser joven e invencible y su paralelismo con lo que ahora expectora.

“Ahora estará cansado, las casas a lo largo del camino tendrán casi todas la las ventanas cerradas y las escasas personas visibles le responderán con un gesto desconsolado: Lo bueno estaba detrás, muy detrás y él ha pasado por delante sin saberlo. ¡Oh! Es demasiado tarde ya para regresar, detrás de él se amplía el estruendo de la multitud que lo sigue empujada pori déntica ilusión pero aún invisible por el blanco camino desierto. Giovani Drogo ahora duerme en el interior del tercer reducto, sueña y sonríe. Por última vez llegan a él las noches, las dulces imágenes de un mundo completamente feliz. ¡Ay! Si pudiera verse a sí mismo, cómo estará algún día allá donde el camino acaba parado a la orilla del mar de plomo bajo un cielo gris y uniforme y a su alrededor ni una casa ni un hombre ni un árbol ni siquiera una brizna de hierba y toda así desde tiempo inmemorial”

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El libro termina, como ha de empezar la vida, con otro sacrificio, pero antes, el círculo debe cerrarse y debe convertirse en Ortiz, pues él ahora es el coronel experimentado y tiene que encontrarse con el joven teniente que acude a la fortaleza por primera vez, llevándonos a experimentar una metáfora sensacional que nos traslada al eterno retorno de Nietzsche.

Ya en su habitación, se produce este último alarde de valentía:

“Después en la oscuridad, aunque nadie lo veía, sonrió.”