EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

La novela es, en sí misma, un canto hacia la mediocridad del ser humano y su continua diligencia hacia el sufrimiento. Lo vemos en las conversaciones de Iturrioz y de Hurtado en la azotea y en su forma filosófica de tratar los densos temas profundos a los que hacen referencia y sus continuas alusiones al Árbol de la Vida y al Árbol de la Ciencia. Pero más concretamente lo vemos en sus facciones epicúreas, que nos acercan a una reflexión muy profunda sobre el sentido de la vida. Descubriendo este hecho que se explicará a continuación, podemos aprender la razón de este cataclismo significado vital que para Baroja era la vida anárquica.

¿De qué trata El Árbol de la Ciencia?

Andrés Hurtado es un joven que, impelido por su desenfreno estudiantil y adolescente, carece de la vileza que adquirirá después siendo adulto y comprende la existencia como un continuo escaparate de oportunidades para los jóvenes. 

 

Se convierte en estudiante de medicina y es aquí donde encontramos cierto paralelismo entre Hurtado y Baroja, pues este estudio la carrera sin apenas intención de ejercer y con la ilusión de convertirse en escritor bohemio de una gran generación, como después fue. Tanto él, como Hurtado, adquieren una gran participación del mundo de la medicina y el protagonista del libro consigue terminar la carrera sin mayores dificultades, pasando por su vida una serie de personajes que, sin presentar una importancia significativa, influyen en su devenir. 

 

Uno de los episodios que marcan su evolución es el relacionado, al comienzo de sus prácticas, con las disecciones que se llevan a cabo en el Spoliarium del Hospital. Allí, se describen una serie de operaciones que, post-mortem, se realizan sobre los cadáveres para enseñar a los futuros médicos el organigrama del cuerpo humano. Se relata con tanta delicadeza este hecho que existe una frase completamente devastadora que formará parte del núcleo principal de la trama y a la que volveremos a hacer referencia después, ya que es hipótesis fundamental de la obra:

“Hurtado imitaba a los héroes de las novelas leídas por él, y reflexionaba acerca de la vida y de la muerte; pensaba que si las madres de aquellos desgraciados (refiriéndose a los cadáveres) quee iban al Spoilarium hubieres vislumbrado el final miserable de sus hijos, hubieran deseado seguramente parirlos muertos”

Narra en ella la vida de Andrés Hurtado desde el comienzo de sus estudios de medicina. Médico, como Baroja, el protagonista de «El árbol de la ciencia» asiste impotente a los desafueros de una sociedad mezquina y envilecida. Entre el determinismo fisiológico y la rebelión moral hay la búsqueda de un camino propio.

***Recuerda que esta página no hace apología de ninguna religión y que tan solo recomendamos libros por su contenido histórico y cultural. 

¡Qué dolor que nos trasmite aquí Hurtado con sus reflexiones que no son sino las que puede tener el autor! Como Unamuno, coetáneo suyo, que se dirige a su propio personaje y entabla una conversación con él en su “nivola”, Baroja nos hace llegar sus pensamientos a través de las preocupaciones del protagonista. 

 

Después de un tiempo, Hurtado pierde el interés en la medicina, hasta que su hermano pequeño cae enfermo y se vuelca en sus cuidados y en su educación. Huye de los malos vapores de la ciudad para acudir a Valencia y recibir allí el aire fresco de la costa mediterránea. Pero nada evitó la muerte del pobre hermano, que sufrió durante muchos meses el dolor de una enfermedad pulmonar que acabó definitivamente con él. 

 

Es cierto que, durante la primera parte del relato, se nos presentan a los personajes más interesantes que luego volverán a aparecer en las partes finales de libro, cerrando un círculo que nunca debió haberse creado por lo que luego contaremos. Mantienen una serie de conversaciones que todo tienen de trascendente entre Iturrioz, su tío, y Hurtado, donde hablar sobre el origen de los árboles del sentimentalismo y de la sensibilidad, el Árbol de la Ciencia y el Árbol de la Vida. 

 

Por su parte, pragmático y utilitarista, Hurtado refleja las pasiones de un hombre sensible y movido por la fe y, por otro lado, contempla su vida como una eterna sucesión de experimentos científicos que se basan en la exactitud de la ciencia y del determinismo práctico de la certeza absoluta. Representa, por lo tanto, la miscelánea, la duda, la indeterminación y la inseguridad de una persona que camina entre dos aguas:

“El individuo o el pueblo que quiere vivir necesita de la ficción para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de crítica, el instinto de averiguación, debe encontrar una verdad: la cantidad de mentira que se necesita para la vida”

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¿Qué nos están diciendo aquí? Es muy sencillo de comprender, pues el hombre de ciencia, comprenderá la vida por encima de todo, pero si eres lo suficientemente valiente como para utilizar la ciencia para aprender de la humanidad y su sentido, también deberás darte cuenta de que la futilidad de una vida y de la servidumbre humana a la que está obligado el hombre para con el tiempo. 

 

Que la vida no tiene sentido o significado alguno y que precisamos de la indiferencia y de la mentira, de la fe, de la curiosidad y del ocio para evadirnos de lo que realmente nos causaría un tremendo dolor: la verdad. Por ello, en el equilibrio se encuentra la virtud y habiendo encontrado una mentira que esconda la verdad, la felicidad brillará por encima de todo lo demás. 

 

Por encima del ostracismo intelectual al que está condenado el sensible y el científico. Hurtado comienza a vagar por las provincias de España, llegando a una serie de pueblos perdidos en los que es bien recibido pero no encuentra sentido a los episodios que en su vida suceden. 

 

Aquí observamos el paralelismo entre el hombre de ciencia y el nutrido por el Árbol de la Vida. Descontento con lo que le rodea, comienza a pensar que la vida, en realidad, no merece la pena y que está llena de desconsuelo:

“ ¡Un hombre que quería ser de ciencia y se incomodaba porque las cosas no eran como él hubiese deseado! Era absurdo."

La planificación, por lo tanto, quedaba descartada de la ecuación pues, la vida, al fin y al cabo, no era una regla perfecta que debe cumplirse con facilidad. Muchos fueron los caminos que recorrió Hurtado hasta dar con un pueblo en el que permaneció durante varios meses. En él, la represión había llegado en forma de prohibiciones sexuales, que llamaban la atención del protagonista al comprender que el atávico régimen asexual llamaba a la proliferación de la prostitución y la pornografía, cuando en una sociedad más liberal, el tratamiento natural del sexo hubiera permitido que este se desarrollara con normalidad. 

Escapó de aquel lugar no sin desfogarse con una casada patrona a la que había echado el ojo durante sus meses de estancia como médico. Esta escena no es sino la metáfora perfecta de este hecho descrito anteriormente. La fogosidad y el deseo habían ocupado una gran parte de los pensamientos de ambos personajes, pero la recatada personalidad de los habitantes del pueblo no permitía que se cumpliesen como así debería haber sido y así fue. 

Aquí termina, por así decirlo, la parte inicial de presentación. Quedan 50 páginas para el final, sí. Pero lo que viene a continuación es tan conmovedor, que es inimaginable el dolor que hubo de suponerle a Baroja derrochar tal cantidad de verborrea personal en estas páginas conclusivas que ensalzan el valor del resto de la obra. 

Al llegar de nuevo a Madrid, Hurtado se vuelve a encontrar con otros condiscípulos con los que hizo amistad en la Universidad, así como con su tío Iturrioz y con Lulú, una mujer de la que ahora se prenda y que antes había despreciado por su físico. Pregunta a un amigo sobre el presente de sus conocidos, a lo que este responde que, en realidad, ninguno nada en la abundancia y muchos son desgraciados, trayéndonos de nuevo una estupenda reflexión dando pie a la parte más lúcida del libro:

 

“-De manera que nadie ha marchado bien de nuestros condiscípulos . -Nadie o casi nadie, excepto Cañizo con su periódico de carnicería, y su mujer, que los domingos le da langosta. -Es triste, todo eso. Siempre en este Madrid, la misma interinidad, la misma angustia hecha crónica, la misma vida sin vida. Todo igual”.

Una novela de aventuras para la que el escritor tuvo el acierto de elegir las circunstancias de una guerra civil, que le permitían favorecer la creación de azarosos lances de los que debería salir victorioso el protagonista, un héroe vasco, hambriento de aventuras y sediento de acción al que la guerra facilitaba motivos inagotables para encontrarlas. La guerra es, pues, el mero marco en el que transcurren los años finales de Martín, la que estimula sus principales andanzas y origina los riesgos para que el personaje ejercite y pruebe su heroicidad.

***Recuerda que esta página no hace apología de ninguna religión y que tan solo recomendamos libros por su contenido histórico y cultural. 

Fuerte es esta reflexión que nos traslada a ese Madrid incomprendido y a esas expectativas que todo joven tiene y que se ven truncadas por el fallo del Árbol de la Ciencia. La vida, más certera que la ciencia por su arbitrariedad y su fe, nos aportan más justicia que la ciencia a la que era sometida la de Andrés Hurtado, siempre defensor del empirismo y del epicureísmo. 

 

La última conversación con su tío se traduce en una cataplexia frugal que destroza a Hurtado. En los meses venideros a su llegada, intima con Lulú y esta le corresponde y pretenden casarse, aun cuando Andrés había visto, en su juventud, que en nada le convenía juntarse con ella. 

 

Esto hace que la vida de Hurtado se venga abajo, por eso pregunta a su tío si debe casarse o no con ella. A lo que responde que, si duda, es que no debe hacerlo, pues ello acarreará una relación débil y una descendencia que no podría soportar ese episodio dramático. Iturrioz odia a las parejas que traen al mundo la carne corrompida para corromperlo más, que disfrutan de embarazos aleatorios sin el mayor cuidado y que tratan las muertes infantiles como normativos episodios sin importancia:

“El mayor delito del hombre es hacer nacer” […] “La sola posibilidad de engendrar una prole enferma debía bastar al hombre para no tenerla. El perpetuar el dolor en el mundo me parece un crimen”.

Y cerrando el círculo, Andrés se decide a hacer caso omiso a las palabras de su tío, casándose con Lulú y engendrando un hijo. Después de ver cómo la pareja se iba separando más a cada paso que daba durante el embarazo, el niño, después de una serie de complicaciones, nace muerto.

 

¡Qué deleite de predicción y de dolor que nos acerca Baroja a nuestras orillas! ¡El niño nace muerto! Siguiendo la predilecta historia de Iturrioz, todo niño que nace de un matrimonio enfermo no debería nacer en este mundo, tan solo para evitar que este sufriera y los demás sufrieran con su enfermedad.

 

 ¡Qué poderosa comparativa con la relación enfermiza de los padres de Hurtado, que trajeron al mundo a un hijo enfermo para que muriese joven en las manos de su hermana Margarita y lejos de sus hermanos, entre los que se encontraba Andrés Hurtado! ¡Qué acercamiento al sentimiento que se desprende del pensamiento inicial de Andrés, cuando hacía referencia a la cita con la que abríamos la crítica!

“Hurtado imitaba a los héroes de las novelas leídas por él, y reflexionaba acerca de la vida y de la muerte; pensaba que si las madres de aquellos desgraciados (refiriéndose a los cadáveres) quee iban al Spoilarium hubieres vislumbrado el final miserable de sus hijos, hubieran deseado seguramente parirlos muertos”.

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¡Mejor haber nacido muerto, que nacer enfermo en este mundo cruel! Salvado ese niño de las garras del destino y del implacable Árbol de la Vida, que se entrelazaría en sus extremidades para hacerlo sufrir, Hurtado ve cómo Lulú muere tras el dificultoso parto debido a los profundos dolores que siente. Y se produce uno de los más valerosos actos de inigualable calibre en el que Hurtado, comprendiendo el dolor y lo insignificante de una vida humana, se desprende de ella sin dolores y despidiéndose del niño que una vez habitó su cuerpo. 

 

Todo es una cuestión de perspectiva y de planificación pues, aunque Hurtado comprendía que la vida no dejaba de ser una sucesión de átomos que se entrelazan entre sí siguiendo un esquemático eje científico que era axioma de nuestra sociedad, comprende tarde que el fruto prohibido que es el alma, condiciona y corrompe las expectativas de una vida. 

 

Al ingerir el medicamento que dio término a su vida, se produce la intervención definitiva de uno de los personajes que, haciendo caso a las palabras de Iturrioz, confiere sentido a todo el compendio, haciéndonos entender que Hurtado ha encontrado esa mentira con la que socavar la verdad de nuestro mundo. Una mentira a la que se ha visto obligado a aferrarse en este instante y que tenía planificada durante años.

“-Ha muerto sin dolor – murmuró Iturrioz-. Este muchacho no tenía fuerza para la vida. Era un epicúreo, un aristócrata, aunque él no lo creyera. -Pero había en él algo de precursor –murmuró el otro médico.

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