LOS CANTOS DE MALDOROR

_

Contenidos

Los Cantos de Maldoror

Desde Literatura Diderot no podemos pasar por alto la incuestionable necesidad de analizar una de las obras más importantes de la Literatura Universal. Con cariz profético, hay escritores, más bien artistas, que asombrados por la decadente y  miserable visión del mundo, aportan su granito de arena para embellecer aquel crisol en que la humanidad se despliega con alevosía. Otros, en lugar de servir de acicate para resistir esas contingencias alevosas, concitan a la inmanidad y al esperpento, dibujando en el telón de fondo de nuestra comedia banal el escenario de un apocalipsis psíquico: es el Caso de Issidore Ducase, o mejor conocido como el Conde Lautreamont.

 

Pero, tras unos momentos de comparación, vi que mi risa no se parecía a la de los humanos; es decir, que no me reía. He visto los hombres de fea cabeza, y horribles ojos hundidos en las oscuras órbitas, superar la dureza de la roca, la rigidez del acero fundido, la crueldad del tiburón, la insolencia de la juventud e insensato furor de los criminales, las traiciones del hipócrita, a los más fríos de los mundos y del cielo; fatigar a los moralistas hasta descubrir su corazón y hacer que caiga sobre ellos la cólera implacable de las alturas. (p. 87.).

 

Convertido en Conde por el egocentrismo y alter ego de un personaje macabro, Ducasse roba su título nobiliario del libro de Eugene Sue, Lautreamont. El Conde Lautreamont peregrinó por las calles de París junto a un manuscrito en el que brotaba la concupiscencia, cargado de cinismo y de mediocridad, pero a la vez bello y sublime, sin dejar de lado lo onírico y lo absurdo. Lautreamont, personaje idílico pero desconocido, creaba ahora al monstruo Maldoror, que es germen de lo inane y lo místico, que tiene clavada la espada de Damocles en la columna vertebral y camina con el dolor del mundo.

Yendo de mayor a menor, cada hombre vive como un salvaje en su cubil y raramente sale de él para visitar a su semejante, agazapado también en otro cubil. La gran familia universal de los humanos es una utopía digna de la más mediocre lógica. Además del espectáculo de tus fecundas ubres se desprende la noción de ingratitud; pues piensa de inmediato en esos miserables padres, lo bastante ingratos con el creador como para abandonar el fruto de su miserable unión. ¡Te saludo, viejo océano!

La fuga de lo inmortal

Este ser inmortal y malévolo describe su odio hacia la humanidad, utilizando un lenguaje poético y musical que consigue despertar la llama del surrealismo décadas después, cuando Los cantos de Maldoror, son alabados y festejados por Breton y el círculo simbolista.

—Aunque tu palacio fuera más hermoso que el cristal, no dejaría esta casa para seguirte. Creo que eres solo un impostor, pues me hablas con voz tan baja por miedo a que te oigan. Abandonar a los padres es una mala acción. No seré un hijo ingrato. Y tus chiquilladas no son tan hermosas como los ojos de mi madre.

En síntesis, la obra aúna episodios turbios del vagar de Maldoror por París, rescatando escenas que el mismo Lautreamont presenció y que pintaron su mundo de un color cetrino insalvable. Su corporeidad ya no le era suya, le pertenecía a ese Maldoror que deglutía el mal del mundo y que cada vez se hacía más poderoso.

—Su corazón no late ya.. Y ella ha muerto junto al fruto de sus entrañas, fruto al que ya no reconoce, tanto se ha desfigurado… ¡Esposa mía! ¡Hijo mío! Recuerdo un tiempo lejano en el que fui esposo y padre. Se había dicho, ante el cuadro que se ofrecía a sus ojos, que no soportaría tamaña injusticia. Si es eficaz el poder que le han concedido los espíritus infernales o, mejor, el que extrae de sí mismo, aquel niño, antes de que la noche terminada, no debía ya existir.

La figura de Isidore Ducasse, conde de Lautréamont (1846-1870), se ofrece a los ojos de la crítica como un enigma que se resiste a los esfuerzos de historiadores, críticos y biógrafos. La primera edición completa de «Los Cantos de Maldoror», en 1869, fue secuestrada y sólo unos pocos ejemplares fueron encuadernados y entregados al autor. El lector deberá enfrentarse a unas «páginas sombrías y llenas de veneno» en las que sólo se dice lo que se está diciendo y frente a las que es superfluo el intento de amontonar palabras.

*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*

¿Quién es Lautreamont?

Originario de Uruguay, Ducasse llega a Francia en 1859, a estudiar en el Liceo Imperial de Tarbes. Despiés, en 1867, se traslada a París, donde da comienzo su peregrinaje salvaje por el ecosistema parisino, repleto de pensiones oscuras, de calles golpeadas por la pobreza y saturadas del dolor que sirve de hálito encomiástico de la podredumbre.

El hermano de la sanguijuela caminaba con lentos pasos por el bosque. Se detiene varias veces, abriendo la boca para hablar. Pero cada vez que lo intenta, se le hace un nudo en la garganta y no deja pasar el abortado esfuerzo. Por fin, exclama: hombre, cuando encuentras un perro muerto boca arriba, apoyado en una exclusa que le impide partir, no vayas, como los demás, a coger con una mano los gusanos que brotan de su hinchado vientre, para mirarlos con asombro, abrir una navaja y despedazarlos en gran número, diciéndote que tú no serás más que ese perro.

Lo que más llama la atención, sin lugar a dudas, es que pese a estar dispuesto al sacrificio intelectual, y a contener en su manuscrito una belleza como nunca las hubiera visto nadie en París, Los Cantos de Maldoror nunca brillaron mientras Ducasse vivía. De hecho, fueron rechazados por multitud de editoriales y periódicos, que se negaron a publicar más que partes señalas de la obra que asustaban a los lectores.

Adiós, anciano, y piensa en mí si me has leído. Tú, joven, no desesperes; pues, pese a tu opinión contraria, tienes en el vampiro un amigo. Contando el ácaro sarcope, que produce la sarna, tendrás ya dos amigos.

Lautreamont, con veinticuatro años, se convirtió en un mártir, y tras su muerte, su figura se fue elevando con el tiempo, hasta que Apollinaire, André Breton, Philip Suopault, y otros epígonos del surrealismo, leyeron a Ducasse. Se cercioraron de la belleza de las reflexiones de Maldoror, y desterrando su puerilidad, observaron el simbolismo que cargaba su obra. No contentos con ello, la elevaron y la promovieron; el Conde Lautreamont, se convirtió, sin llegar a saberlo, en la semilla de aquella forma automática de destruir la razón: el surrealismo.

Raza estúpida de idiotas. Te arrepentirás de comportarte así. Mi poesía consistirá solo en atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al creador, que no hubiera debido engendrar semejante basura. Los volúmenes se amontonarán sobre los volúmenes, hasta el fin de mi vida y, sin embargo, solo se encontrará e ellos esta única idea, siempre presente en mi conciencia.

Poética de la muerte y lo oscuro

Hay dos pasajes desgarradores, de entre muchos que narra Lautreamont, que podemos sacar a colación: El primero es el referente al cadáver que Maldoror encuentra en el Sena. Descompuesto y obliterado. Una nota olvidada del pentagrama de la que el monstruo se alimenta. Sin lugar a dudas, el esfuerzo inmanente de Lautreamont por detallar el estado del cuerpo, no son sino las exequias que dedica al individuo olvidado por todos, que ya forma parte de la historia de la literatura. Alimentado el monstruo con lo oscuro, la luz se proyecta siempre a través de las líneas que escribe Ducasse.

Sufrieron un penoso fracaso el día que se colocaron ante mí. Como la conciencia había sido enviada por el Creador, creí conveniente no permitir que me cerrara el paso. Si me hubiera presentado con la molestia y la humildad propias de su rango, y de las que nunca hubiera debido prescindir, la habría escuchado. Su orgullo no me gustaba. Extendí una mano y trituré sus garras con mis dedos; cayeron hechas polvo bajo la creciente presión de esa nueva especie de mortero. Extendí la otra mano y le arranqué la cabeza. Expulsé, luego, de mi casa, a latigazos, a aquella mujer, y no volví a verla. Conservé su cabeza como recuerdo de mi victoria. Con una cabeza, cuyo cráneo roía, en la mano, me mantuve sobre un pie, como la garza real, al borde del precipicio excavado en la ladera de la montaña. Se me vio descender el valle, mientras la piel de mi pecho permanecía inmóvil y calma, con la losa de una sepultura. Con una cabeza, cuyo cráneo roía, en la mano nadé por los más peligrosos remolinos, recorrí los mortales escollos y me sumergí bajo las corrientes para asistir, como un extraño, a los combates de los monstruos marinos; me aparté de la orilla hasta que desapareció de mi penetrante vista; y los horrendos calambres, con su paralizante magnetismo, merodeaban en torno a mis miembros, que hendían las olas con potentes movimientos, sin osar acercarse. Se me vio, sano y salvo, en la playa, mientras la piel de mi pecho permanecía inmóvil y cala, como una losa de una sepultura. Con una cabeza, cuyo cráneo roía, en la mano, subí por los ascendentes peldaños de una elevada torre. Llegué, con las piernas fatigadas, a la plataforma vertiginosa. Miré la campiña, el mar, miré el sol; el firmamento, empujando con el pie el granito, que no retrocedió, desafié la muerte, y la venganza divina con un abucheo supremo y me precipité, como un adoquín, en la boca del espacio. Los hombres oyeron el doloroso y resonante choque que produjo el encuentro del suelo con la cabeza de la conciencia, que yo había abandonado en mi caída.

El otro momento de sustancial importancia, que Lautreamont trata con boato, es la transformación definitiva de Maldoror, que consigue humanizare; en este fragmento, remitido aquí en su totalidad, Ducasse describe con todo lujo de detalles la composición del cuerpo de Maldoror, sus llagas, sus heridas, sus cicatrices y aquellos componentes que destacan por su incoherente ubicación. No sirve sino para volcar sobre el lector las sentencias gnómicas que expresan las verdades universales que nadie quiere escuchar:

Estoy sucio. Los piojos me roen. Los lechones, cuando me miran, vomitan. Las costras y las escaras de la lepra han descarnado mi piel, cubierta de pus amarillento. No conozco el agua de los ríos ni el rocío de las nubes, en mi nuca, como en un estercolero, cree una enorme seta de umbelíferos pedúnculos. Sentado en un mueble informe, no he movido mis miembros desde hace cuatro siglos. Mis pies han echado raíces en el suelo y componen, hasta mi vientre, una especie de vivaz vegetación llena de innobles parásitos, que no deriva todavía de la planta pero que ha dejado de ser carne. Sin embargo, mi corazón late. ¿Pero cómo podría latir si la podredumbre y las exhalaciones de mi cadáver (no me atrevo a decir mi cuerpo) no lo nutrieran en abundancia? En mi axila izquierda se ha instalado una familia de sapos y cuando uno de ellos se mueve me hace cosquillas. Cuidad de que no escape uno, y vaya a rascar, con su boca, el interior de vuestra oreja: luego sería capaz de penetrar en vuestro cerebro. En mi axila derecha hay un camaleón que intenta perpetuamente, cazarlos, para no morir de hambre: todos tenemos que vivir. Pero, cuando una de esas partes desbarata por completo las artimañas de la otra, nada encuentran mejor que no molestarse, y chupan la delicada grasa que cubre mis costillas: estoy acostumbrado. Una maligna víbora devoró mi verga y ha tomado su lugar: la muy infame me ha hecho un eunuco. ¡Oh, si hubiera podido defenderme con mis paralizados brazos!; pero creo, más bien, que se han convertido en leños. Sea como sea, es importante advertir que la sangre no acude ya, a pasar por ellos su rojez. Dos pequeños erizos, que no crecen ya, han arrojado a un perro, que no lo ha rechazado, el contenido de mis testículos: tras lavar con cuidado la epidermis, se han alojado en su interior. El ano ha sido ocluido por un cangrejo; alentando mi inercia, custodia la entrada con sus pinzas y me hace mucho daño. Dos medusas han cruzado los mates, inmediatamente atraídas por una esperanza que no se vio defraudada. Han mirado atentamente las dos partes carnosas que forman mi trasero humano y, adaptándose a su convexa curva, las han aplastado de tal modo, por medio de una presión constante, que los dos pedazos de carne han desaparecido y han tomado su lugar dos monstruos, surgidos del reino de lo viscoso, iguales por su color y su forma y su ferocidad. No habléis de mi columna vertebral porque es una espada. Sí, sí… no prestaba atención… Vuestra petición es justa. ¿Deseáis saber, no es cierto, por qué tengo una espada implantada verticalmente en mis riñones? Yo mismo no lo recuerdo con mucha claridad, sin embargo, si me decido a considerar un recuero lo que, tal vez, sea solo un sueño, sabed que el hombre, cuando supo que yo había hecho voto de vivir en la enfermedad y la inmovilidad hasta haber vencido al Creador, se me acercó por la espalda, de puntillas, aunque no tan quedo como para que no lo oyese. Luego no escuché nada ya, durante unos instantes no fueron muy largos. Aquel agudo puñal se hundió hasta la empuñadura entre los dos omóplatos del toro de los festejos, y su osamenta se estremeció como un temblor de tierra. La hoja se adhiere con tanta fuerza al cuerpo que nadie, hasta hoy, ha podido extraerla. Los atletas, los mecánicos, los filósofos, los médicos han probado, sucesivamente, los más distintos métodos. ¡Ignoraban que el mal que el hombre hace no puede deshacerse ya! Perdoné la profundidad de su innata ignorancia y les saludé con los párpados de mis ojos.

Ilustración del Monstruo de Maldoror.

Conclusiones

Y sin embargo, Maldoror sigue jugando con nosotros, con la munificencia fuera de lo común, pues él comprende el sentido del mundo. Los cantos de Maldoror es una obra sin trama ni guion. No dice nada. Pero, por desgracia para sus lectores, nos lo dice todo. No hay secretos para los mortales que leen el libro, pues se asoman a las postrimerías de nuestra existencia.

No parecéis sospechar que éste, a quien la enfermedad obligó a conocer sólo las primeras fases de la vida y que la fosa acaba de recoger en su seno, está indudablemente vivo; pero sabed, al menos, que aquel cuya equívoca silueta distinguís a lomos de un nervioso caballo, y sobre quien os aconsejo fijar lo antes posible la mirada, pues solo es un punto y pronto desaparecerá entre los brezos, aunque haya vivido mucho, es el único muerto verdadero.

La épica de Maldoror contrasta con su mundanidad. Sin embargo, es mundano porque vive, pero es bello porque también lo hace. Y ello nos asusta, porque desvela los misterios del mundo, y nos acerca a la inexorable premisa de una vida huera y sin sentido. No obstante, Maldoror, tal y como nos avisa, sigue allí, dispuesto a contemplar desde las alturas de su cabello nuestro fluir por la tierra, desmontando cada vez que el mal se atreva a manifestarse y robe de la ya exangüe superficie de la tierra, el dolor que le pertenece por derecho propio a nuestro héroe atravesado por la espada.

Los cinco primeros relatos no han sido útiles, eran el frontispicio de mi obra, los cimientos de la construcción, la explicación premia de mi poética futura: y me debía a mí mismo, antes de cerrar mi maleta y ponerme en marcha hasta las regiones de la imaginación, advertirá los sinceros aficionados a la literatura, con el rápido esbozo de una generalización clara y precisa, del objetivo que me había propuesto perseguir.

Este ha sido el somero análisis de Los Cantos de Maldoror. Una obra que multiplicó la necesidad de lo absurdo en nuestras vidas, que dio alas al movimiento surrealista y que permitió a los actores protagonistas de la Historia de la Literatura, como Arthur Rimbaud, irrumpir en el panorama poético con reflexiones que, en muchas ocasiones, beben de esa inmanidad que vimos por primera vez en el Conde Lautreamont:

Y advertid, os lo ruego, que en definitiva las sábanas son solo sudarios. (p. 264).

Ítem Calificación
1. DESCRIPCIÓN8/10
2. MADUREZ NARRATIVA9/10
3. RIQUEZA LINGÜÍSTICA10/10
4. DESARROLLO DE PERSONAJES / PLANTEAMIENTO DE LAS TESIS Y/O PROTAGONISTAS8/10
5. HISTORIA / TRAMA / CONDUCCIÓN DEL ENSAYO7/10
6. DESENLACE / FINAL DEL ENSAYO6/10
7. DIÁLOGOS / RELACIÓN ENTRE PERSONAJES / CALADO DE LOS PERSONAJES9/10
8. PROFUNDIDAD Y SIMBOLOGÍA10/10
9. UNIVERSALIDAD / IMPACTO EN UNA SOCIEDAD9/10
10. RELEVANCIA HISTÓRICA EN SU CONTEXTO9/10
Total 85/100