ANDRÉ BRETON

André Breton (1896-1966)
André Breton nació el 19 de febrero de 1896 en Tinchebray, una pequeña comuna de Normandía, Francia. Su infancia transcurrió en un entorno modesto, en una familia de clase media que valoraba la disciplina y el estudio. Fue un estudiante precoz, de inclinaciones literarias y científicas, y empezó a estudiar medicina con la intención de especializarse en psiquiatría. Esta formación marcaría profundamente su sensibilidad y su posterior enfoque del arte: la fascinación por los sueños, lo irracional y el inconsciente comenzó allí, en los hospitales donde trataba a pacientes traumatizados por la Primera Guerra Mundial.
Durante la guerra conoció a Jacques Vaché, una figura marginal, irreverente y anarquizante que le dejó una profunda impresión. Vaché rechazaba la literatura tradicional y proclamaba el sinsentido del mundo moderno. Su actitud fue decisiva para que Breton empezara a concebir una forma de expresión poética que no se subordinara a las reglas lógicas ni morales. Tras el conflicto, se instaló en París, donde entró en contacto con los dadaístas como Tristan Tzara, aunque pronto rompería con ellos por considerar que el dadaísmo era pura negación sin propuesta.
En 1924 publicó el Primer Manifiesto del Surrealismo, donde proclamó la autonomía del pensamiento libre, sin censura ni control racional, guiado por el automatismo psíquico. Breton definió el surrealismo como “automatismo psíquico puro, por medio del cual se propone expresar —verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo— el funcionamiento real del pensamiento”. Desde ese momento, se convirtió en el líder indiscutido del movimiento surrealista, rodeado de figuras como Louis Aragon, Paul Éluard, Philippe Soupault, Max Ernst y Salvador Dalí (con quien acabaría enfrentado).
Breton fue un agitador cultural, organizador de revistas, exposiciones y debates. Pero también fue un polemista inflexible: exigía de los surrealistas fidelidad al ideal, lo que provocó rupturas frecuentes. Su compromiso político con el comunismo fue sincero aunque conflictivo. Se enfrentó a los estalinistas y se acercó a Trotsky, con quien redactó el Manifiesto por un arte revolucionario independiente en México, en 1938, tras una célebre reunión con Diego Rivera y el propio Trotsky.
Durante la Segunda Guerra Mundial se exilió en Nueva York y luego en Haití, desde donde siguió promoviendo el surrealismo con una intensidad casi religiosa. Regresó a Francia después de la guerra y continuó escribiendo poesía, ensayos y manifiestos hasta su muerte el 28 de septiembre de 1966 en París. Murió fiel a sus principios, sin ceder nunca a las modas ni al mercado, convencido de que la poesía no es un adorno, sino una forma de conocimiento y liberación.
Curiosidades de André Breton
Para Breton, los sueños no eran residuos mentales ni caprichos nocturnos, sino portales hacia una verdad más profunda. Afirmaba que el mundo onírico y el mundo real debían fundirse en una “realidad superior”, una surréalité. En los primeros tiempos del surrealismo, practicaba junto a sus compañeros el automatismo onírico: escribían o dibujaban al despertarse, intentando atrapar los fragmentos del sueño como si fueran mariposas raras.
Breton era un coleccionista empedernido. Su apartamento en el número 42 de la rue Fontaine, en Montmartre, era un auténtico gabinete de curiosidades: objetos indígenas, máscaras africanas, piedras, cuadros, fetiches, insectos disecados, arte popular, conchas y exvotos. Todo ello respondía a una visión mágica del mundo. Creía que el arte no debía limitarse a los museos, sino que debía surgir de lo cotidiano, lo irracional y lo primitivo.
Aunque al principio lo admiró, Breton acabó repudiando a Dalí por lo que consideraba su vanidad, su fascismo latente y su mercantilismo. Lo apodó “Avida Dollars” (anagrama burlón de Salvador Dalí) y lo expulsó del movimiento surrealista. Dalí, por su parte, le respondió con provocaciones teatrales. La ruptura entre ambos refleja el conflicto eterno entre arte y ego, libertad y dogma, provocación y coherencia ideológica.
Pocos escritores han tenido tanta pasión por la forma del manifiesto como Breton. No solo redactó el Primer Manifiesto del Surrealismo en 1924, sino que repitió la operación en 1930 y más tarde en 1942. Los manifiestos eran para él como credos poéticos: textos en los que se proclamaba una nueva forma de mirar, vivir y escribir. Los escribía con una mezcla de fervor místico, lenguaje provocador y consignas programáticas, como si fueran hechizos revolucionarios.
Para Breton, el amor era una fuerza cósmica, una especie de revelación mística que abría las puertas del inconsciente. La figura de la mujer aparece en su obra no como objeto, sino como mediadora del misterio, del azar y del deseo. En Nadja (1928), quizás su libro más célebre, cuenta su encuentro con una mujer excéntrica y luminosa, símbolo del azar objetivo. Más que una historia romántica, Nadja es una oda a lo imprevisto y lo inexplicable.
Breton se opuso siempre a que el surrealismo fuera reducido a una estética pictórica (como hizo parte del mercado del arte). Para él, el surrealismo era una forma de vida, una búsqueda espiritual. Defendía la escritura automática, los cadáveres exquisitos, la investigación del inconsciente, la insurrección contra la lógica, la razón, el trabajo alienado y el lenguaje domesticado. Su sueño era una revolución total: política, poética y existencial.
Breton era un obsesivo del azar objetivo, concepto que designaba aquellas coincidencias extrañas, casualidades tan precisas que parecían mensajes cifrados del destino. Creía que el universo emitía señales a través de lo fortuito, lo raro, lo marginal. Así, una palabra escuchada al pasar o un objeto encontrado en la calle podían tener el peso de una revelación. Practicaba el “paseo surrealista”: vagar sin rumbo por París, dejando que la ciudad hablar
Su comunismo fue idealista, pero también conflictivo. Admiraba a Marx y a Freud por igual, pero no era un militante ortodoxo. Criticó el estalinismo, se enfrentó al Partido Comunista Francés y defendió la libertad del arte frente a cualquier censura. En su viaje a México conoció a Trotsky, con quien firmó uno de sus manifiestos más radicales. En 1948 fundó el grupo surrealista de posguerra, donde exigía una estricta fidelidad al automatismo, lo que provocó nuevas escisiones.
Breton tenía una visión casi religiosa de la poesía. Creía que el poeta era un médium, no un artesano. En sus textos hay una tensión constante entre lo político y lo esotérico, entre la revolución social y la revelación mágica. Esa mezcla explosiva fue lo que hizo del surrealismo no un simple movimiento literario, sino una forma de vida que tocó la pintura, el cine, la filosofía, la política, la psicología y hasta el psicoanálisis.
Murió en 1966, mientras la juventud que luego haría estallar el Mayo del 68 ya comenzaba a mirarlo como una figura totémica. Para muchos fue un dogmático, para otros, un profeta. Lo cierto es que su influencia sigue viva: el surrealismo transformó para siempre la literatura, el arte y la forma de mirar la realidad. Breton dejó una obra vasta y caótica, como un mapa del inconsciente colectivo, lleno de túneles, espejos, abismos y constelaciones invisibles.
OBRAS
Apoyándose en los descubrimientos freudianos, se tendió a examinar el mundo de los sueños y del inconsciente, con interés por estados como el automatismo psíquico, la locura, la hipnosis, para registrar sus datos e intentar la unificación de los contrarios en el proyecto de una reconstrucción integral de la personalidad. SURREALISMO: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón ajeno a toda preocupación estética o moral.
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*
El primer texto de escritura automática de la historia, creado a cuatro manos por dos de los máximos exponentes del movimiento surrealista. En el París de 1919, André Breton y Philippe Soupault son dos jóvenes que sienten el deseo de escribir «un libro peligroso». Un experimento en el que se jugarán el todo. Escribir sin corregir, a la escucha, con rapidez y sin ninguna pretensión estética. Se trata de registrar el murmullo, ese «dictado» que tiene lugar en nuestro interior y que, para ser auténtico, debe desprenderse de cualquier consideración acerca de su sentido y su valor. Libre de cualquier atadura. Por tanto: revolucionario. Para ello se dan un plazo de entre dos semanas y un mes, llegando a dedicarle hasta diez horas al día. Como quien se dispone a jugar, cada tarde se sientan a la misma mesa, enfrentados, y escriben a toda velocidad, sin detenerse. La jornada termina sin más cuando el dictado se agota.
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*
«Nadja» (1928) es una obra compleja en la que, a partir de la relación que se estableció en 1924 entre el personaje que da título al relato y el autor, se encuentran todas las claves del Surrealismo en la etapa de su desarrollo inmediatamente posterior a la publicación del primero de sus «Manifiestos», es decir, en pleno dinamismo conceptual. Muy densa en significados, puede ser considerada una de las obras más importantes del autor y del movimiento del que es, sin duda, su quintaesencia.
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*
*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*