RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA

Ramón Gómez de la Serna (1888-1963)

Ramón Gómez de la Serna nació el 3 de julio de 1888 en Madrid, en el seno de una familia burguesa con aspiraciones políticas. Su padre, abogado y político conservador, tuvo una influencia notable en su formación, aunque Ramón siempre se sintió inclinado hacia lo opuesto: la rebeldía, la experimentación y el inconformismo. Desde joven mostró una actitud iconoclasta que lo llevó a romper con los moldes literarios y sociales de su época. Estudió Derecho en Madrid, pero la carrera le interesaba poco; su verdadero interés residía en la literatura, a la que se entregó desde muy temprano con pasión y originalidad.

A los diecinueve años publicó su primer libro, Entrando en fuego (1905), que anticipaba el tono personalísimo de toda su obra. A lo largo de su vida escribió más de un centenar de libros entre novelas, ensayos, biografías y colecciones de greguerías, una forma literaria creada por él mismo que definió como “humorismo + metáfora”. Su imaginación fértil, su estilo fragmentario y la libertad con que abordaba los temas lo convirtieron en un autor difícil de encasillar. Fue, en muchos sentidos, un adelantado a su tiempo.

En 1915 fundó la revista Prometeo, un proyecto personal que dirigió con entusiasmo y donde publicó muchos de sus textos más audaces. El Café Pombo, en el barrio madrileño de Lavapiés, se convirtió en el epicentro de sus tertulias literarias, conocidas como la “Tertulia del Pombo”, que reunían a escritores, artistas y bohemios. Ramón era, en esos años, una figura central del mundo literario madrileño, aunque siempre con un pie fuera de las convenciones.

Con la llegada de la Guerra Civil, su visión crítica de la política española y su cercanía al pensamiento liberal y progresista lo llevaron al exilio. Se instaló en Buenos Aires, ciudad en la que viviría hasta su muerte en 1963. Pese al aislamiento, nunca dejó de escribir, y en Argentina fue reconocido como una figura literaria importante. El exilio, sin embargo, le impuso un velo de melancolía. España parecía haberlo olvidado, y durante años su obra fue menospreciada o mal comprendida.

Ramón Gómez de la Serna fue un escritor que hizo del estilo una forma de libertad. Amado por unos y desdeñado por otros, fue sobre todo un solitario brillante, un generador de ideas que no temía el ridículo, ni la excentricidad. Murió en Buenos Aires el 12 de enero de 1963, lejos de los cafés madrileños, pero fiel a sí mismo, con la máquina de escribir como única patria.

Curiosidades de Ramón Gómez de la Serna

Ramón es el creador de un género literario absolutamente único: la greguería. Él mismo la definió como “humorismo + metáfora”, pero la fórmula es solo un punto de partida. Las greguerías son intuiciones poéticas breves, imágenes sorprendentes, pensamientos cargados de ironía y lirismo. Algunas de sus más célebres son: “El cocodrilo es un zapato desclavado”, “La luna es un banco de metáforas abandonado”, o “La electricidad es el alma de las cosas”. Su obsesión con estas piezas breves lo acompañó toda la vida: escribió miles y miles, que reunió en diversos libros. Para muchos, fue una forma anticipada de lo que hoy se consideraría microficción o incluso “tweets” poéticos.
Ramón transformó el Café Pombo de Madrid en una auténtica institución literaria. Cada sábado por la noche, escritores, pintores, periodistas y bohemios acudían a su tertulia, presidida por una mesa redonda que se conserva hoy en el Museo del Romanticismo. No era solo un lugar de debate intelectual, sino un laboratorio de lo insólito. Gómez de la Serna se aseguraba de mantener un tono inusual, casi teatral. Era capaz de acudir disfrazado, leer textos estrambóticos o proponer debates delirantes. La tertulia fue el espacio donde Ramón construyó su personaje público.
Para Ramón, la excentricidad no era una pose, sino una filosofía de vida. Amaba los objetos raros, los mecanismos obsoletos, los juguetes antiguos, las baratijas curiosas. Su casa en Madrid estaba atestada de objetos inverosímiles: autómatas, teléfonos de época, relojes rotos, sombreros extravagantes. Su afán coleccionista respondía a una sensibilidad casi surrealista antes del surrealismo. Decía que los objetos tenían alma, y que el escritor debía saber “leer” en ellos.
Gómez de la Serna era un trabajador infatigable. Escribía todos los días, en cualquier circunstancia. En Buenos Aires, vivía rodeado de manuscritos, cartas, recortes de periódico. Su método de trabajo era caótico pero constante: ideas garabateadas en sobres, apuntes en servilletas, libros anotados al margen con una letra minúscula y nerviosa. Su archivo personal fue un laberinto en el que se perdieron muchas páginas inéditas.
Ramón fue uno de los primeros escritores españoles en abrazar la vanguardia europea. Admiraba a los futuristas italianos, a Apollinaire, a los dadaístas. Pero también los superó a su manera, sin necesidad de manifiestos ni grupos. Su literatura fragmentaria, su gusto por lo absurdo y lo visual, anticiparon formas narrativas modernas. Por eso, muchos lo consideran un precursor del realismo mágico, del arte conceptual, del microrrelato. Sin embargo, su radicalidad lo dejó solo: no encajaba ni con los modernistas ni con la Generación del 27, a pesar de que todos lo respetaban como pionero.
Tras estallar la Guerra Civil, Ramón se exilió a Buenos Aires. A diferencia de otros exiliados, no tuvo una red de apoyo clara ni mantuvo relaciones políticas. Se dedicó a escribir y a sobrevivir. Fue acogido por el ambiente cultural argentino, pero nunca dejó de mirar hacia España. La dictadura franquista lo ignoró, y durante décadas su figura fue relegada al olvido. El exilio fue, en muchos sentidos, su segunda vida: silenciosa, melancólica, pero llena de trabajo literario.
Ramón creyó siempre en el poder del humor, no como evasión, sino como mirada crítica. La risa, decía, era una forma de ver lo absurdo del mundo, de resistir al dogma. En plena guerra y dictadura, su literatura parecía “inofensiva”, pero en realidad era profundamente subversiva. Ridiculizar lo solemne, poner en duda lo establecido, reírse del lenguaje mismo: esas eran sus armas.
Durante décadas fue considerado un excéntrico menor. Pero escritores como Julio Cortázar, Octavio Paz o Roberto Bolaño lo reivindicaron. Cortázar lo llamó “el más moderno de todos nosotros”, y reconoció la deuda que su propia prosa lúdica tenía con Ramón. Hoy se le considera uno de los precursores de la posmodernidad en lengua española, aunque él jamás usó tal término.
Ramón escribió novelas (El Rastro, La Nardo), biografías literarias (sobre Goya, Valle-Inclán, el Greco), ensayos, artículos de prensa, aforismos. Tocó todos los géneros, y en todos dejó su huella. Su voz es inconfundible: personal, desbordante, libre. Eso mismo hace que su obra sea difícil de sistematizar. Como dijo alguna vez: “Quiero que mis libros no se parezcan a ningún otro libro”.

OBRAS

Publicadas en prensa desde 1910, incrustadas en otros libros, una y otra vez recopiladas, las greguerías siguen siendo pequeñas obras maestras, apuntes deliciosos, mínimas gemas depuradas en el laboratorio genial del escritor. Esta selección ha seguido el criterio de reunir aquellas que más se acercan a la fórmula ramoniana de: Greguería = Metáfora + Humor. El apéndice histórico ofrece una muestra de ellas en orden cronológico para captar mejor su evolución estética.

*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*