FRANZ KAFKA

Franz Kafka (1883-1924)

Franz Kafka nació el 3 de julio de 1883 en Praga, entonces parte del Imperio austrohúngaro, en el seno de una familia judía de habla alemana. Su padre, Hermann Kafka, era un comerciante autoritario, de origen humilde, que ascendió socialmente mediante el esfuerzo y la disciplina, y cuya figura fue una presencia imponente y conflictiva en la vida de su hijo. La madre, Julie Löwy, pertenecía a una familia más culta y acomodada, y aunque cariñosa, no logró nunca equilibrar la sombra paternal. De esta tensión nace buena parte de la sensibilidad kafkiana: un alma frágil atrapada en estructuras opresivas.

Kafka creció entre la rigidez de una educación burguesa y el silencio introspectivo de su interioridad. Estudió Derecho en la Universidad Carolina de Praga, un camino más bien elegido por presión familiar que por vocación. Durante años trabajó en el Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo para el Reino de Bohemia, un empleo que detestaba pero que le permitió cierta estabilidad. Aun así, Kafka escribía de noche, como si solo en la penumbra pudiera emerger su verdadero yo. Decía que la escritura era una forma de plegaria, una manera de conversar con lo invisible.

Su obra, breve pero intensa, constituye uno de los pilares de la literatura del siglo XX. Textos como La metamorfosis, El proceso o El castillo no solo capturan el absurdo y la alienación del hombre moderno, sino que también revelan una visión profundamente metafísica del mundo. Kafka es el escritor de lo irremediable: el individuo, atrapado en un sistema incomprensible, en una culpa sin causa, en una búsqueda sin fin.

Nunca se casó, aunque tuvo relaciones profundas y conflictivas, especialmente con Felice Bauer y Milena Jesenská. El amor, como el trabajo o la familia, era para Kafka otra forma de laberinto. Su salud fue frágil durante toda su vida, y en 1917 fue diagnosticado con tuberculosis, enfermedad que lo acompañaría hasta su muerte. En sus últimos años, vivió en varias ciudades —Berlín, Viena, Praga—, escribiendo poco pero siempre reflexionando, siempre cuestionando el sentido de la existencia.

Murió el 3 de junio de 1924, en Kierling, cerca de Viena, con apenas 40 años. Antes de morir, le pidió a su amigo y albacea literario, Max Brod, que destruyera todos sus manuscritos inéditos. Brod desobedeció —afortunadamente— y gracias a ello el mundo conoció la inmensidad de una obra que sigue interrogándonos desde la oscuridad.

Curiosidades de Franz Kafka

Kafka dejó instrucciones claras a su amigo Max Brod: tras su muerte, debía destruir todos sus manuscritos, cartas y diarios personales. No solo por modestia o miedo al juicio, sino porque concebía la escritura como un acto íntimo, casi sagrado. Afortunadamente, Brod incumplió ese deseo y publicó obras fundamentales como El proceso y El castillo, permitiendo que Kafka se convirtiera en uno de los autores más influyentes del siglo XX.
Su lengua materna era el alemán, pero vivía en una ciudad mayoritariamente checa y pertenecía a una comunidad judía que hablaba yiddish. Kafka se sentía un forastero en los tres mundos: su alemán no era el de la elite vienesa, su checo era limitado y el yiddish lo conectaba con un mundo tradicional que también le resultaba ajeno. Esa triple extranjería fue una de las fuentes de su angustia existencial y de su visión de la identidad como una máscara.
Kafka provenía de una familia judía asimilada, poco religiosa. Sin embargo, se interesó profundamente por la mística judía, especialmente por la cábala y el jasidismo. En sus últimos años asistió a conferencias sobre el Talmud y mantuvo correspondencia con pensadores judíos. Nunca fue un creyente ortodoxo, pero su obra está impregnada de una espiritualidad trágica, una búsqueda de sentido en medio del silencio divino.
Una de las piezas más desgarradoras de su vida es la Carta al padre, un escrito de más de cien páginas en el que Kafka analiza con minuciosidad su relación con Hermann Kafka. Allí lo acusa de ser una figura opresiva, incapaz de comprender la sensibilidad de su hijo. La carta fue escrita en 1919, pero nunca fue entregada. Es una especie de juicio literario, un exorcismo íntimo, que se ha convertido en un documento clave para entender su psicología.
Kafka temía la autoridad, las enfermedades, los insectos (a pesar de La metamorfosis), la muerte, el matrimonio y el sexo. Era hipocondríaco, obsesivo con la comida, y llevaba diarios donde anotaba con detalle sus síntomas. Tenía rutinas estrictas, y solía hacer ejercicio, tomar baños fríos y seguir dietas naturales, aunque siempre arrastró una sensación de debilidad. Su cuerpo fue, para él, otra prisión.
Tuvo varias relaciones amorosas, pero todas estuvieron marcadas por la ambivalencia. Su compromiso con Felice Bauer fue interrumpido dos veces; con Milena Jesenská mantuvo una relación epistolar apasionada, pero lejana. También se enamoró de Dora Diamant, con quien pasó sus últimos meses. A todas les escribió cartas desgarradoras, llenas de ternura y angustia. Amaba intensamente, pero no podía soportar la cercanía.
Durante catorce años trabajó en una aseguradora estatal en Praga. Era puntual, eficiente y meticuloso. Sin embargo, detestaba la rutina de oficina y la burocracia. En sus diarios, se quejaba de cómo el trabajo lo alejaba de su vocación literaria. Su mundo laboral inspiró el universo de El proceso y La condena, donde la figura del burócrata adquiere un tinte siniestro y absurdo.
El diagnóstico de tuberculosis en 1917 marcó el principio del fin. Pero paradójicamente, también le permitió alejarse del trabajo y dedicarse más a la escritura. Vivió sus últimos años en sanatorios, con una lucidez dolorosa. En 1924 murió por inanición, incapaz de tragar alimentos sólidos debido a una laringitis tuberculosa. Su muerte fue lenta, silenciosa, como una de sus parábolas.
Durante su vida, Kafka publicó muy poco y tuvo escasa notoriedad. Su fama comenzó a crecer tras la Segunda Guerra Mundial, cuando su figura se asoció con la angustia existencial del hombre moderno, atrapado en sistemas opresivos. Hoy, el adjetivo “kafkiano” define una experiencia absurda, laberíntica, marcada por la impotencia ante el poder.
Kafka está enterrado en el Nuevo Cementerio Judío de Praga. Su lápida es sencilla, pero continuamente adornada con piedras, flores y cartas. Miles de lectores de todo el mundo peregrinan allí para rendir homenaje al hombre que transformó el miedo, la culpa y el absurdo en literatura. Su voz, tan tenue en vida, resuena hoy con fuerza en cada rincón de la conciencia moderna.

OBRAS

El día que es arrestado, K. abre la puerta de su habitación para informarse sobre su desayuno. Acusado de un crimen que desconoce por jueces que no ve nunca y conforme a leyes que nadie puede explicarle, K. abrirá un número inimaginable de puertas intentando comprender la situación.

*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*

El escritor más enigmático de la tradición alemana no solo preparó el camino y forjó el gran estilo de la literatura contemporánea, sino que fijó también el prototipo del poeta del siglo XX: ciudadano de un imperio en derrumbe, funcionario diligente y desengañado, lector voraz de los clásicos europeos, amante apasionado y desdichado, humorista incomprendido, soñador irredento en el poder transformador de la literatura.

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La vida se portó mejor con Kafka después de su muerte. Su éxito póstumo creció con rapidez y ya en los años 60 del pasado siglo tomó por asalto las más altas cumbres. Kafka, el marginado, se convirtió en una estrella literaria cuya popularidad es hoy difícil de superar. A modo de etiqueta se inventó la palabra «kafkiano» para referirse a algo inquietante, quizá incluso absurdo, que acaba por escaparse a toda posibilidad sensata de intentar comprenderlo. Kafka supo transmitirnos una experiencia fundamental de nuestra vida moderna: que lo sencillo puede ser enormemente complicado. La alienación, el aislamiento y la desintegración del yo que describen sus obras son percibidas y sentidas por los lectores como auténticas experiencias propias de nuestro tiempo. 

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«El castillo» relata la historia de un agrimensor que acude a la llamada de un pueblo adscrito a un castillo para que realice trabajos profesionales y que para ello abandona su patria, su trabajo y su familia. Pero cuando llega allí le hacen saber que no hace ninguna falta, se siente marginado de la comunidad desde el primer momento y comienza su lucha a ciegas por conseguir una entrevista con la administración, que habita en el castillo. Pero su lucha fracasará, puesto que a su alrededor se cierran todas las puertas.

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