MARCEL PROUST

Marcel Proust (1871-1922)

Marcel Proust nació el 10 de julio de 1871 en Auteuil, entonces un suburbio de París, en una familia acomodada y culta. Su padre, Adrien Proust, era un reputado médico epidemiólogo, mientras que su madre, Jeanne Weil, provenía de una rica familia judía alsaciana. Fue ella quien introdujo al joven Marcel en el amor por la literatura, la música y el arte, forjando un lazo íntimo con él que permanecería a lo largo de toda su vida.

Proust padeció desde su infancia de asma crónica, una dolencia que condicionó su desarrollo físico y social, sumiéndolo desde muy temprano en un mundo interior intenso y reflexivo. Esta fragilidad lo llevó a desarrollar una sensibilidad extrema, una memoria vívida y una capacidad de observación casi obsesiva, que más tarde se convertirían en las herramientas principales de su escritura. Aunque tuvo una juventud sociable y asistió al Lycée Condorcet, donde entabló amistad con figuras como Jacques Bizet o Daniel Halévy, su inclinación siempre fue hacia la vida introspectiva y contemplativa.

A finales del siglo XIX frecuentó los salones aristocráticos y burgueses de París, donde conoció a figuras del arte, la literatura y la política. Este universo social, con sus códigos, hipocresías y rituales, sería uno de los pilares de su obra. En paralelo, comenzó a escribir artículos y relatos, entre ellos Los placeres y los días (1896), ilustrado por Madeleine Lemaire y con prólogo de Anatole France.

Durante años intentó sin éxito escribir una gran novela que diera forma a su universo interior. Solo tras la muerte de su madre en 1905, y luego de una larga crisis personal, encontró el tono que buscaba. Se recluyó en una habitación forrada de corcho en su piso del bulevar Haussmann y comenzó la redacción de À la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido), una obra monumental publicada entre 1913 y 1927 en siete tomos. El primero, Por el camino de Swann, fue rechazado por varias editoriales y finalmente publicado por cuenta del autor en Grasset.

La obra, basada en la técnica de la memoria involuntaria —de la cual la famosa escena de la magdalena es emblema—, convirtió la experiencia subjetiva en el gran tema de la narrativa moderna. Proust exploró el tiempo, la identidad, el deseo, la muerte, el arte y la naturaleza del recuerdo con una prosa musical, sinuosa y minuciosa, que lo distingue como uno de los estilistas más complejos y refinados de la literatura universal.

Murió el 18 de noviembre de 1922 a los 51 años, enfermo de bronquitis y agotado por la enfermedad y la escritura. Su fiel criada, Céleste Albaret, fue quien custodió su retiro y lo acompañó en sus últimos años. La fama de Proust creció tras su muerte hasta situarlo como una figura central de la literatura moderna, al lado de Joyce, Musil, Woolf y Kafka.

Curiosidades de Proust

Proust forró con placas de corcho las paredes de su dormitorio para aislarse del ruido de París y poder escribir durante la noche. Dormía de día y trabajaba de noche, en un entorno cerrado, sin luz natural, apenas alimentándose y tomando dosis regulares de cafeína y éter medicinal. Esta reclusión fue tan extrema que apenas salía ni siquiera para recibir premios o entrevistas.
Aunque nunca hizo pública su orientación sexual, Proust vivió varios romances con hombres, entre ellos Alfred Agostinelli, quien sirvió de inspiración para el personaje de Albertine. En la novela, Proust “invierte” el género de muchos personajes para encubrir, aunque no disimular del todo, su homosexualidad. Los celos, el secreto y la posesión impregnan sus relaciones ficticias.
Proust fue uno de los primeros intelectuales en firmar una petición pública en favor del capitán Alfred Dreyfus, injustamente condenado por espionaje. En plena oleada de antisemitismo, este gesto lo distanció de muchos amigos aristócratas y católicos. Su conciencia moral lo llevó a tomar una posición clara, incluso en los salones donde el silencio era la norma.
Fascinado por la obra del crítico de arte inglés John Ruskin, Proust lo tradujo al francés sin dominar el inglés, apoyándose en su madre. Las traducciones de La Biblia de Amiens y Sésamo y lirios fueron tan meticulosas que revelan ya la vocación perfeccionista y su visión del arte como forma de redención.
Era capaz de redactar cartas de agradecimiento extremadamente detalladas y afectuosas incluso a editores que lo habían rechazado o a personas que lo habían ignorado en sociedad. Su correspondencia completa abarca decenas de volúmenes y es un ejemplo de su carácter hipersensible y, a la vez, irónico.
Sus borradores están cubiertos de añadidos, correcciones y extensiones pegadas con papel. Los márgenes de las pruebas eran insuficientes y Proust añadía “papelitos” doblados como acordeones. Muchos editores los detestaban, pero esa forma laberíntica era parte esencial de su creación.
Céleste Albaret, su criada, escribió años después que Proust dictaba páginas completas desde su lecho, con una voz frágil pero segura. El último volumen, El tiempo recobrado, fue dictado parcialmente en ese estado, mientras la fiebre y el asma lo consumían.
Ni André Gide ni el comité de la editorial Gallimard creyeron en En busca del tiempo perdido. Rechazaron el manuscrito, y Gide reconoció luego que fue “el mayor error editorial de su vida”. Proust, herido pero obstinado, costeó la primera edición con su propio dinero.

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