STÉPHANE MALLARMÉ

Stéphane Mallarmé (1842-1898)

Stéphane Mallarmé (nombre completo Étienne Mallarmé) nació el 18 de marzo de 1842 en París, en el seno de una familia burguesa y católica. Quedó huérfano de madre a los cinco años y fue criado en parte por sus abuelos. La figura de la pérdida temprana marcará profundamente su sensibilidad y se proyectará de manera constante en su obra, tan obsesionada con la ausencia, el silencio y la trascendencia. Desde muy joven sintió el llamado de la poesía, en especial de la obra de Edgar Allan Poe (a quien tradujo) y de Charles Baudelaire, cuyo influjo será decisivo en la gestación de su propio universo simbólico y musical.

Después de estudiar Letras y Filosofía, obtuvo un puesto como profesor de inglés, una profesión que desempeñó durante décadas en provincias francesas como Tournon y Besançon, y finalmente en París, en el Liceo Condorcet. Su vida profesional fue, en apariencia, regular y anodina, marcada por una rutina educativa que él detestaba, aunque la ejercía con dedicación. Pero bajo esa superficie se ocultaba un artista radical, obsesionado con una concepción del lenguaje poético como fuerza de invocación, misterio y revelación.

En 1864 comenzó a escribir su obra más ambiciosa, Hérodiade, un poema inacabado donde ya se anunciaban las características centrales de su estética: una sintaxis elíptica y hermética, una musicalidad extrema, y un rechazo de la referencia directa al mundo tangible. En 1876 publica L’après-midi d’un faune, considerado uno de los momentos cumbre del simbolismo poético. Esta obra inspirará, entre otros, a Claude Debussy, que la convertirá en música de cámara, y a Vaslav Nijinski, que la adaptará como ballet.

En su apartamento de la Rue de Rome organizó durante años los célebres “Martes de Mallarmé”, reuniones semanales en las que recibía a jóvenes poetas y artistas como Paul Valéry, André Gide, Oscar Wilde, Rainer Maria Rilke o Stéphane George. Allí se discutía sobre estética, simbolismo y el papel del arte en la modernidad. A través de su palabra oral y escrita, Mallarmé se convirtió en una figura tutelar de la literatura francesa de fin de siglo.

Mallarmé murió el 9 de septiembre de 1898 en Valvins, cerca de Fontainebleau, de un colapso laríngeo tras años de padecer asma y problemas respiratorios crónicos. A su muerte, dejó inacabada su gran empresa estética: El Libro, una obra total y utópica que debía sustituir a toda religión y fundar una nueva forma de conocimiento a través del lenguaje poético.

Curiosidades de Mallarmé

Mallarmé dedicó los últimos veinte años de su vida a concebir un proyecto radical llamado Le Livre (El Libro), que nunca llegó a escribir, pero del cual dejó numerosos esquemas, notas y borradores. No se trataba de un libro cualquiera, sino de una experiencia estética absoluta: una obra que, según él, debía contener y reflejar todos los saberes del mundo y celebrarse como una liturgia sagrada, en una especie de ceremonia donde el lector sería también actor. Esta ambición era desmesurada: Mallarmé imaginaba incluso la arquitectura del espacio donde el libro debía ser leído y los gestos rituales de quienes participaran en su lectura.

Michel Foucault, Jacques Derrida y Maurice Blanchot estudiaron el proyecto como un símbolo de la imposibilidad del lenguaje de alcanzar lo absoluto. En sus cuadernos manuscritos puede leerse: “Todo, en el mundo, existe para acabar en un libro”. La frase resume su metafísica de la escritura, que es al mismo tiempo una ontología: el mundo sólo existe si se nombra, y el libro es el lugar de esa transfiguración.

Una de sus obras más importantes, Un coup de dés jamais n’abolira le hasard (Un golpe de dados jamás abolirá el azar), publicada póstumamente en 1914, fue compuesta con una disposición tipográfica inédita para su época. Mallarmé rompió la linealidad del verso y lo dispersó por la página en blancos estratégicos que pretendían reproducir el ritmo del pensamiento y del azar. La edición original fue saboteada por los impresores, quienes no comprendieron el diseño propuesto y lo alteraron. Sin embargo, el efecto fue tan poderoso que muchos lo consideran el antecedente de la poesía visual, el collage y las formas no lineales de escritura.

El poema se convirtió en una obra precursora de las vanguardias, especialmente del dadaísmo, el futurismo y el concretismo poético del siglo XX. La concepción espacial del verso de Mallarmé fue clave en la renovación radical de la poesía moderna.

Curiosamente, Mallarmé fue uno de los principales traductores franceses de Edgar Allan Poe, a quien consideraba una especie de maestro espiritual. No obstante, su conocimiento del inglés era limitado. Se apoyaba en traducciones previas y diccionarios, y confesaba que lo que traducía de Poe no era tanto el contenido como “la atmósfera mental” y la musicalidad del original. Esta versión libre, que hoy se consideraría heterodoxa, fue sin embargo decisiva en la recepción de Poe en Francia, y lo consagró como un autor “maldito” y moderno.

La paradoja es que, siendo Mallarmé profesor de inglés, él mismo odiaba enseñar esa lengua. En cartas a sus amigos hablaba con desesperación de sus alumnos y del idioma que, según él, “carecía de espíritu”. Sin embargo, Poe era una excepción.

Durante años, Mallarmé fue mucho más conocido por sus reuniones literarias —los mardis o martes de Mallarmé— que por sus publicaciones, leídas solo por una élite culta. Sus conversaciones eran laberínticas, llenas de digresiones filosóficas, silencios y paradojas. Paul Valéry lo consideraba su “maestro invisible” y escribió que “una hora hablando con Mallarmé era más nutritiva que un mes de lecturas”.

Su forma de hablar era tan peculiar que muchos asistentes tomaban notas como si estuvieran ante un oráculo. La oralidad del poeta fue, en vida, una de sus principales formas de ejercer influencia intelectual, y convirtió su salón en una especie de templo literario.

A diferencia de Baudelaire o Verlaine, Mallarmé llevó una vida discreta, sin excesos públicos ni escándalos amorosos. Estaba casado con Maria Gerhard, una alemana modesta con quien tuvo una hija, Geneviève. Sin embargo, su vida familiar no fue plácida. Su esposa sufrió depresiones frecuentes, y Mallarmé, sumido en la precariedad económica, llegó a considerarse un fracasado. La muerte de su hijo Anatole, a los ocho años, lo devastó y dio lugar a una serie de textos fragmentarios conocidos como Pour un tombeau d’Anatole, que quedaron inconclusos. Esos escritos, entre los más intensos y dolientes de toda su obra, apenas salieron a la luz durante su vida.

De entre el Himalaya de genio que forma la poesía francesa desde Gérard de Nerval a Paul Valéry, en la que se cuentan, entre otros, nada menos que Baudelaire, Verlaine o Rimbaud, probablemente sea Stéphane Mallarmé (1842-1898) en el que se den mayores sutileza, musicalidad, concentración formal, manejo del matiz, elegancia y secreta oblicuidad. El presente volumen reúne una imprescindible muestra de sus poemas, entre los se podrán hallar tesoros como «El Azur», «La carne es triste…», «La siesta de un fauno» o «Herodías», 

*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*

«TODO el mundo culto sabe hoy que Mallarmé (1842-1898) acertó al llevar el verso clásico a un grado de perfección sonora, de belleza plástica e interior, de poder mágico que aún no había alcanzado, y creo que no alcanzará otra vez». ANDRÉ GIDE.

*Literatura Diderot recomienda libros por su valor cultural y divulgativo, sin alinearse con ideologías o religiones. Cada recomendación se basa en obras relevantes para el autor analizado.*