JOSÉ ECHEGARAY

José Echegaray (1832-1916)

José Echegaray y Eizaguirre nació el 19 de abril de 1832 en Madrid, en el seno de una familia burguesa con inclinaciones intelectuales. Su padre, profesor de instituto, le inculcó una educación rigurosa que le llevó a destacar en disciplinas científicas desde joven. Estudió en la Escuela de Caminos, Canales y Puertos de Madrid, graduándose como ingeniero de caminos a los 20 años, una edad inusualmente temprana para su época.

Inicialmente, su carrera estuvo dedicada a la ingeniería y la enseñanza de matemáticas y física en la universidad, campos en los que dejó una profunda huella con publicaciones técnicas. Sin embargo, su vida dio un giro cuando, ya en la madurez, comenzó a escribir teatro con un éxito fulgurante.

Fue un dramaturgo prolífico y su obra abarca desde el drama realista hasta el simbolismo y el teatro de tesis. Su estilo se caracteriza por un lenguaje intenso y una gran carga moral. Entre sus obras más importantes destacan «El gran Galeoto» (1881) y «O locura o santidad» (1877), en las que explora el conflicto entre el honor y la hipocresía social.

Además de su faceta artística y científica, tuvo una intensa carrera política: fue Ministro de Fomento y de Hacienda en distintos periodos y miembro destacado de la Real Academia Española. En 1904, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, compartido con el poeta provenzal Frédéric Mistral. Murió el 14 de septiembre de 1916 en Madrid.

Curiosidades de José Echegaray

José Echegaray no fue un escritor precoz. Hasta los 42 años, su vida estuvo volcada en la ciencia, la ingeniería y la política. Fue profesor en la Escuela de Ingenieros de Caminos, escribió tratados matemáticos avanzados y llegó a diseñar infraestructuras ferroviarias clave en España. De hecho, durante muchos años, sus contribuciones a la física matemática fueron más valoradas que su teatro.

Sin embargo, en 1874, tras la caída de la Primera República, decidió probar suerte en el teatro. Su primera obra, «El libro talonario», se estrenó ese mismo año y fue un éxito rotundo. A partir de entonces, escribió compulsivamente, alcanzando un ritmo vertiginoso de una o dos obras al año.

Echegaray no solo escribía sobre conflictos dramáticos: también los vivía en la política. Fue ministro en varias ocasiones, primero con el gobierno de Prim y después con Amadeo I y la Primera República. Durante su etapa como Ministro de Hacienda, introdujo reformas económicas avanzadas, pero la inestabilidad política le obligó a dimitir repetidamente.

Se cuenta que en una ocasión, al presentar una reforma fiscal en las Cortes, hizo un discurso tan apasionado y teatral que un diputado exclamó:
«¡Señor Echegaray, parece usted el protagonista de su propia obra!»

Aunque hoy su teatro ha caído en el olvido, en su época fue el dramaturgo español más célebre del mundo. Sus obras fueron traducidas y representadas en Francia, Alemania, Italia y América Latina, y se le consideraba el gran renovador del teatro español.

Sin embargo, con la llegada de Henrik Ibsen y el teatro moderno, Echegaray empezó a ser visto como un autor anacrónico. Valle-Inclán y los jóvenes del 98 lo consideraban un dinosaurio del drama romántico, mientras que Unamuno llegó a decir:
«El teatro de Echegaray es como un ataúd ricamente labrado, pero sin alma dentro.»

Este cambio de paradigma lo afectó profundamente, y en sus últimos años se recluyó en la escritura matemática, alejándose del teatro.

Cuando Echegaray recibió el Premio Nobel en 1904, la noticia fue recibida con sorpresa y polémica. Muchos consideraban que Benito Pérez Galdós lo merecía más que él. La Academia Sueca justificó su elección por «la brillantez y la elevación ideal de su teatro», pero en España hubo quien lo calificó de un error histórico.

El propio Echegaray, con su carácter orgulloso pero también irónico, dijo al recibir el galardón:
«Si me han dado el Nobel, por algo será. Y si ha sido por error, que se lo digan a los suecos, no a mí.»

Hasta el final de su vida, Echegaray se debatió entre sus dos amores: las matemáticas y el teatro. Escribió tratados sobre ecuaciones diferenciales y mecánica teórica mientras redactaba obras dramáticas cargadas de emociones exaltadas.

En una ocasión, cuando un periodista le preguntó cómo lograba conciliar disciplinas tan opuestas, respondió:
«La ciencia me da lógica, el teatro me da vida. Sin una, la otra me sería insoportable.»

Echegaray nunca perdió su mordacidad. En sus últimos años, cuando su teatro fue eclipsado por nuevas tendencias, solía ironizar sobre su propio declive. En un encuentro con jóvenes escritores que lo criticaban, respondió con una sonrisa:
«Vosotros me enterráis con palabras, pero yo seguiré en los libros cuando a vosotros no os recuerde nadie.»

OBRAS

Os dedico este drama, porque a la buena voluntad de todos, y no a méritos míos, debo el éxito alcanzado. A todos, sí; al público, que con profundo instinto y alto sentido moral comprendió desde el primer momento la idea de mi obra y la tomó cariñosamente bajo su protección; a la Prensa, que tan noble y generosa se ha mostrado conmigo y que me ha dado pruebas de simpatía que jamás olvidaré

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